La Santa Eucaristía es el sacrificio salvador de Cristo. En la Eucaristía Cristo rinde al Padre la única glorificación digna, repara las ofensas que nuestros pecados le han inferido, agradece por todos los bienes que la humanidad recibe de Dios e intercede a favor nuestro para alcanzar las gracias divinas, especialmente la salvación. En atención a Cristo, que realiza este sacrificio como víctima y sacerdote, los efectos de adoración, reparación, acción de gracias y petición, son de ilimitado valor y dignos de Dios.

En cambio, en cuanto a nosotros, la petición o intercesión de Cristo ante el Padre se hace efectiva en la medida de nuestra disposición o buena voluntad. Puesto que Dios siempre respeta nuestra libertad: nadie se salva si no quiere ni colabora.
Por este motivo exclamó San Agustín: “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Considerando todo esto, tenemos que decir que la santa Eucaristía es el centro o corazón de nuestra fe católica. No hay ninguna práctica religiosa, ningún culto que la supere. Nos preguntamos ahora, ¿cómo la liturgia destaca esta celebración?

Se suele celebrar la santa Misa en una asamblea de fieles, aunque sean pocos. Pues en la Eucaristía “Cristo asocia consigo a su amadísima esposa, la Iglesia, que invoca a su Señor, y por Él tributa culto al Padre Eterno” (Sacros. Conc. 7). Tengamos presente lo que se afirma sobre el valor de signo litúrgico de la misma asamblea, como también lo que el Concilio Vaticano II enseña sobre la participación de los fieles en la santa Misa:

“La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo bien, a través de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la Hostia Inmaculada, no solo por manos del sacerdote, sino juntamente con él; se perfeccionen día a día por Cristo Mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos” (Sacros. Conc. 48).

Por todo lo expuesto, los fieles deben hacer una firme resolución de participar activamente en la Santa Misa cada domingo, porque es el Día del Señor, Día de Jesucristo, Día de la Iglesia, de la familia, de la fraternidad y de la alegría. Siempre que estén en gracia de Dios, sin pecado mortal, no dejen de comulgar en el banquete eucarístico. Al volver a casa, lleven la paz, la alegría, la justicia y amor al prójimo; pues entramos al templo para adorar a Dios, y volvemos a casa para amar al prójimo.

Preocupa seriamente cuando hay personas, que trabajan también sábado y domingo. De este modo, no pueden participar en la misa, o en algún grupo de formación cristiana, ni asistir a charlas obligatorias y necesarias para la recepción de los sacramentos.