La relación de los hombres con los libros se  ha transformado a lo largo de la historia y el nuevo siglo ofrece curiosas  alternativas a los lectores, que pueden "liberar" textos en cafés, plazas y  metros para que otros compartan sus placeres o comprimir 2.000 títulos de su  biblioteca en un pequeño CD.
 
La idea del bookcrossing -un librito con brazos y pies que todavía no cuenta con nombre en español- se le ocurrió a Ron Hornbaker en abril del 2001, cuando dejó inaugurado su sitio de Internet (www.bookcrossing-spain.com según equivalente en español).
 
El estadounidense convocó a los amantes de la lectura a formar un club de libros global y para ello les pidió que dejaran los textos en el banco de una plaza, la mesa de un café, el asiento del metro o del bus, o en cualquier otro lugar público que se le ocurra.
 
El mecanismo es el siguiente: a cada libro que se libera se le pega una etiqueta que se baja de Internet, donde se le escribe un número, algo así como el documento del libro. Quien lo encuentra, lee en la etiqueta de qué se trata y puede entrar al sitio de Internet y anotar que ha "cazado" el libro y quien lo liberó recibirá entonces un mensaje sobre el destino de su ejemplar.
 
El sistema logró ya el registro de más de 300.000 personas y un millón y medio de libros, especialmente en Estados Unidos y Europa.
 
En Argentina, el tema está en pañales con unos 1.200 adherentes, pero ya hay fanáticos en el mundo, como Richard Loeffler, ex dueño de una librería y asistente en una biblioteca, quien ya "sembró" unos 4.000 libros.
 
Desde agosto pasado, la palabra figura en el diccionario Oxford de Inglés, que define al sustantivo "Bookcrossing" como "la práctica de dejar un libro en un lugar público para que sea recogido y leído por otros, quienes luego actúan de la misma manera".
 
La idea ya cobró vida propia y ofrece variantes, como por ejemplo el "bookring" que consiste en que alguien ofrece un libro en uno de los foros de la página web mencionada y los interesados en leerlo se apuntan en una lista para pasárselo, incluso de país en país.
 
Quienes se enrolaron en el mecanismo admiten que la idea de compartir gratuitamente los libros podría preocupar a editores y autores y afectar las ventas, pero aseguran que muchos reaccionaron con entusiasmo.
 
Lo que sucede es que algunos de los "liberadores" llegan a comprar dos ejemplares de un texto que les ha gustado mucho para quedarse con uno y "sembrar" el otro en algún espacio público.
 
Si este ejercicio de amor al arte puede despertar temor en escritores y editoriales, más podría hacerlo otro de los fenómenos de estos tiempos como la comercialización de libros digitales.
 
"Ofrecemos en dos CDs más de 4.500 ejemplares de la Literatura Nacional y Universal", reza el titular de un correo que circula en Internet y que ofrece textos en formato digital "listos para leer en su computadora o imprimir".
 
Los 4.500 ejemplares no están encuadernados en cuero y letras doradas ni ordenados en una tradicional biblioteca, sino comprimidos en dos diminutos discos compactos.
 
Lo más insólito es que todos estos libros, entre ellos clásicos de la novela y la poesía universales, pueden ser adquiridos por la módica suma de 45 pesos (15 dólares). Más los gastos de envío, por supuesto.