Siempre he sabido que para crecer, desarrollarse y producir, uno debe asentarse en sus propios pies, en su propio territorio mental, en el “yo soy”. Es decir que para autoafirmarnos debemos partir por aceptar aquello que somos para mejorarlo o superarlo. Ninguna flor puede crecer sin sus raíces, así como ningún país crece negándose a sí mismo. La negación paraliza, la aceptación moviliza. El ecuatoriano promedio vive negando sus raíces, vive sintiéndose avergonzado de lo que es, vive reclamando su ascendencia europea aunque ella se remonte y se pierda en las nebulosas, vive quejándose por todo lo malo que hay, negándose a participar y cambiarlo en bueno. Vive dejándose manipular y culpando luego, al primero que encuentra. Es parte de la cultura popular urbana echar el cuento de que estamos mal y mañana estaremos peor. Hemos vivido siempre en la cumbre del abismo, tambaleándonos y estamos acostumbrados a ello. En crisis hemos vivido siempre.

La identidad es uno de nuestros más graves problemas, el no reconocerla, el sentirnos avergonzados por lo que refleja el espejo es una de las piedras que nos mantiene atados al fondo del océano. El olvidarnos de bucear en la historia y encontrar razones de orgullo legítimo es una de nuestras carencias. Este vicio, esta adicción que nace en un mar de negatividad es aún peor cuando desde un medio de comunicación se reproduce esta patología de burlarnos y de degradar aquello que debe ser motivo de orgullo. Por ello las actividades del Archivo Histórico del Guayas y de decenas de colegios en llevar al debate un programa tan grotesco como ‘Mi Recinto’ son loables. Pero quisiera señalar que en nuestra lamentable y poca creativa programación nacional no es la única. Voy a señalar otra. En el programa ‘Vivos’ se caracteriza a El Cholito. Este personaje nace de otro real, un periodista de la televisión cuyo único “demérito” es parecer un cholo; es decir, un personaje del pueblo. Las caracterizaciones cómicas de los personajes públicos son buenas y están bien, especialmente de los políticos. Si estos se burlan del pueblo, es legítimo que el pueblo se burle de ellos. Pero, en cambio, el poder de un periodista está en su potencial de credibilidad. ¿Qué sería de Carlos Vera, Ortiz o Talía Flores si no creyéramos en ellos? ¿Qué sería si los convirtieran en payasos, hazmerreír del público? Quizá se les cerrarían las puertas de los medios como parece que ha ocurrido con Delgado, quien ha emigrado al exterior. Pero, volvamos: según ‘Vivos’, constituye un demérito, un motivo de burla, hablar y parecer un hombre humilde del pueblo. Es bueno ser peliteñido, plástico y aparentar, es decir, estar tan alienado para no reconocerse en lo que es, sino fingirse otro para ser “superior”. Lo que a Delgado lo mantiene en silencio, a Reinoso le da grandes frutos. Vemos la caracterización de El Cholito vendiendo innumerables productos, llamando “niña Mariam” y doblegándose, como a su parecer debe hacerlo alguien que se considera cholo. Colocando insistentemente en cada programa como sinónimos: cholo con “choro”, es decir, delincuente.

Sin duda Reinoso y su programa no saben que una de las etnias más respetables es precisamente la del cholo peninsular, que es una de nuestras raíces y forma parte del acervo cultural que debería enorgullecernos. Que  por ignorancia y alienación vivimos negando nuestros ancestros mestizos y que un programa como este, que se burla de la naturaleza de los ecuatorianos, contribuye a seguir idiotizándonos en la creencia de que el ser cholos, indios, negros, blancos, en suma, mestizos, es suficiente motivo de vergüenza, mofa y desprecio.
Menoscabando, como es costumbre en algunos programas, la ya devastada autoestima nacional.