Katiuska Duarte confiesa que la angustia se ha apoderado de ella en este, su último mes de embarazo. No es porque le teme al parto, sino porque sabe que tendrá que caminar más de 30 minutos, con su dolor a cuestas, cerro abajo, por empinados y resbaladizos caminos de tierra para poder conseguir un carro que la lleve a la maternidad.

Katiuska habita en una endeble casa de caña, cerca de la cima del cerro San Eduardo, en la precooperativa de vivienda Veinticinco de Julio (atrás del antiguo botadero conocido como La Chamba) y hasta allá “ni en sueños” -como dice- llega un taxi, peor un bus de transporte público.

Desde allí, donde sopla una fresca brisa, se divisan cautivantes imágenes del bosque seco tropical, canteras y el estero Salado, que se mezclan con la arquitectura de la ciudad deportiva Carlos Pérez Perasso y a lo lejos las diminutas casitas y avenidas del Suburbio porteño. Pero ese paisaje se opaca con el drama que viven las 550 familias que habitan el cerro.

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Vecinos de Katiuska, como Ángel Yagual y Lucía González Figueroa, dicen que a veces para conseguir incluso una Alka Seltzer les toca bajar el cerro y llegar hasta la precooperativa vecina, Virgen del Cisne, en las faldas del San Eduardo, donde sí hay tiendas. Allí estacionan los buses de la línea 2, hay una escuela y una iglesia de la comunidad.

En cambio, a Juana González, de 48 años, las dificultades de movilización le impiden salir con frecuencia. Ella no conoce el Guayaquil ajeno a su día a día; tanto que los malls inaugurados en la ciudad son algo que ve solo por el televisor blanco y negro que tiene en su casa que parece desmoronarse hacia el precipicio.

Su vida transcurre en cuidar a sus cinco hijos, lavar la ropa con el agua que solo en época de verano le llega por tanquero, bajar a la pampa, como le dicen a la planicie, donde compra “algo para la comida” y luego, con fundas en mano, llegar a casa. Esto le exige una caminata de aproximadamente una hora por el único camino que existe en la zona.

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En la Veinticinco de Julio solo hay una escuela fiscal, la Nº 406 Alejo Lascano Bahamonde, donde se educan 187 niños de la comunidad y que fue creada hace 10 años por la colaboración de la empresa privada y las Fuerzas Armadas. Esa es la única edificación de cemento en la zona. Las demás son hechas de caña y planchas de zinc, que hace algunos años atrás recolectaron entre el basurero de la antigua Chamba.

Un dispensario médico, botica popular, mercado o teléfono no existen en la precooperativa, creada hace unos quince años por un grupo de ex chamberos y jornaleros que invadió la zona.

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Al comienzo era mucho más difícil, recuerda Vicente Leal Pacheco, de 71 años, pues no llegaba la línea 2 de buses y les tocaba caminar desde la avenida Barcelona, en un tramo de 2 km, en medio del olor nauseabundo de los desperdicios, gallinazos y con temor a los delincuentes.

Pero considera que las cosas no han cambiado mucho. Si bien ya no hay la basura desde hace nueve años y tienen energía eléctrica, su mayor anhelo no se ha cumplido: tener un camino de asfalto para que puedan subir los colectivos.

Por ello, Luis Antonio Correa, de 20 años, oriundo de Cariamanga, provincia de Loja deberá cada mes realizar un esfuerzo que lo lleva al límite del agotamiento: comprar el gas de uso doméstico en la pampa, donde existe el único depósito de este combustible y transportarlo, en hombros, hasta su casa.

Sentado en una piedra, bañado en sudor, hace una pausa a su labor y expresa: “Vivir aquí sí que es duro…, no tenemos nada”.

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Dureza que se acrecienta en los días cercanos a la Navidad. Es diciembre y con él llegan las lluvias y la frustración de los pobladores de saber que su camino se volverá prácticamente intransitable y cuando hayan aguaceros se transformará en un correntoso y peligroso río.

Saben que los dueños de tanqueros de agua se negarán a subir. Y admiten que tienen razón, pues solo un carro en buenas condiciones, con doble tracción, podrá acceder a esta zona, en donde en algunos tramos pareciera que el camino adquiere una inclinación de hasta 80 grados.

Debido a esto, unos moradores ya se preparan para bajar, como todos los años, sus tanques por la colina y dejarlos en la pampa, donde sí llegan los tanqueros.
Por el camino, que será un lodazal invadido de mosquitos, se observará el desfile de ir y venir de personas con baldes en sus manos.

Mientras que otros, como la mayoría que vive cerca de la cima, tendrán que arreglárselas con canaletes de zinc que pondrán en sus techos para que el agua llene sus reservorios. Y si deja de llover, Katiuska estará en problemas: “Ahí sí que se me friega la cosa porque no tendré agüita para lavarle los pañales de mi niño que viene en camino”.

LOMAS
Raúl Castro Burgos,  presidente de la precooperativa de vivienda Veinticinco de Julio, asegura que actualmente las familias de esta y la precooperativa Virgen del Cisne están realizando los trámites correspondientes ante la Junta de Beneficencia, propietaria de esos terrenos, a fin de quedar legalmente asentados en la zona.

En el lugar  no hay medidores de energía eléctrica y la luz la toman directamente de unos postes que la empresa eléctrica instaló en la zona.

Los habitantes piden que los visiten con mayor frecuencia las brigadas de salud con medicinas, pues en este sector el principal problema son las diarreas en los niños.

También solicitan que se les brinde protección policial, pues hay antisociales que acostumbran a meterse en sus casas y robarse sus pocas pertenencias.