Se trató exclusivamente de empleados públicos que participaban por obligación, de personas de escasos recursos a las que se les prometió alguna dádiva, y de ciertos activistas que suelen estar presentes siempre que se intenta agitar el orden público.

Sin embargo, eso no fue lo más grave de todo. Se pudo corroborar, también, que ambos bandos intentaron ganar protagonismo sin importar el método y a cualquier costo, de tal modo que en Guayaquil hubo momentos, sobre todo el miércoles, en que pareció que estallaría la violencia descontrolada.

El oficialismo y la oposición están jugando con fuego. No les ha bastado con que su antagonismo haya provocado una nueva crisis política; ahora, además, quieren llevar su enfrentamiento a las calles, donde transita el ciudadano que necesita trabajar, el ama de casa que no apoya a ningún bando y el niño inocente.

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Detengamos esa actitud irresponsable. A nadie van a convencer con manifestaciones callejeras organizadas gracias al dinero y las presiones políticas. Que en su lugar se expongan tesis, razones y argumentos, si es que todavía nuestros dirigentes políticos tienen algo que ofrecer en este terreno.