La televisión nacional es un mito. Solamente por costumbre llamamos “canales nacionales” a  los canales locales. Para ellos, lo nacional consiste en llegar con su señal más o menos a todas partes (provincias más, provincias menos), contar con dos estudios (uno en Quito y otro en Guayaquil) y diseñar su programación a partir de datos de audiencia recogidos exclusivamente en esas dos ciudades.

El Ecuador donde no se mide el rating es la tierra incógnita de nuestra televisión. Los informativos se precian de cubrir periodísticamente todo el país, pero lo cierto es que ni siquiera tienen la infraestructura que les permita hacerlo bien. El otro día, por ejemplo, un helicóptero se estrelló en la ciudad de Ambato en horas de la mañana, y los noticiarios del mediodía, sin excepción, lo cubrieron por teléfono.

Si hubiera ocurrido en Tokio, seguramente lo habríamos visto antes. Pero Ambato no es Tokio, así que nos tuvimos que conformar con burdas recreaciones hechas en computadora, en las que se veía la imagen silueteada de un helicóptero en llamas precipitándose sobre un sector de Ambato (uno cualquiera).

Publicidad

Varios noticieros produjeron sus propias animaciones, primitivas y arbitrarias. Un televidente cualquiera que practicara el zapping a esa hora (o peor aún, uno que estuviera precisamente buscando información sobre el accidente), habría visto cómo distintos lugares de Ambato, según el canal, ardían bajo las llamas virtuales de un helicóptero de juguete.

Esta arbitrariedad me hace pensar que no solo la falta de infraestructura atenta contra el carácter nacional de la televisión, sino los propios intereses y actitudes que prevalecen en los canales. Si el accidente hubiera ocurrido en Guayaquil, ¿alguien en la televisión habría pensado que daba lo mismo estrellar el helicóptero en Urdesa que en el cerro Santa Ana?