Realmente estoy sorprendido, porque ha transcurrido una semana de que el Gobierno cometiera el más grave de sus tantos errores, al punto que no haya sino balbuceos y sofismas para ocultar lo inaudito de este. Nuestra amiga, árbitro de la política nacional, la locuaz señora Kenney, no articula una sola palabra sobre el atropello a su amada democracia. Hoy, invitada expresamente a intervenir, tiene la oportunidad de aceptar ante los ecuatorianos que se equivocó.

Pero entremos en nuestro tema del momento. En Guayaquil hay traidores donde menos suponemos. Por ejemplo: los autores del primer fraude electoral del país, que permitieron a Bolívar disfrazar la anexión forzada de Guayaquil a Colombia. Los opositores de la segunda revolución autonómica (16 de abril de 1827) se aliaron con Flores para claudicar. El pez gordo del 6 de Marzo de 1845, cuya memoria yacía enterrada hasta que impusieron su nombre a una calle nuestra. Quienes sirvieron en bandeja a Eloy Alfaro para que lo asesinen aquellos temerosos a la reivindicación indígena y las reformas sociales que proponía. El 28 de Mayo de 1944 también tuvo los suyos. Todos ellos piadosamente sepultados en el olvido por la sociedad guayaquileña.

Hoy, algunos de esta especie lugareña parecen no estar extinguidos. Todo lo contrario, para demostrarlo, cargados de odio pretenden entregarnos nuevamente al caos, al alarido destemplado e histérico; a la exhibición impúdica de la corrupción que, hasta la conquista del poder por agnados y cognados, habíamos entrado a una forma recatada, vergonzante, igual de inaceptable, pero su tímida práctica nos llenaba de esperanzas.

En contubernio concebido desde esferas políticas, inspirado por una especie que podríamos identificar como “guayaquilensis felonis” que se pensó extinguida, se esfuerza por revivir a los notables de la algazara populachera. Entre abrazos triunfales y expectativas mesiánicas ya aparecen en escena y en las primeras planas. Así tonificados invitan a la violencia sus pocos allegados, saldo de mercadería descompuesta, que quedaron al descubierto en las últimas elecciones.

Acuerdos espurios, cargados de odio, megalomanía, vanidad, y diarios esfuerzos empeñados a fondo por destruir a profundidad las raquíticas y endebles bases de nuestra anémica democracia, están en el orden del día. Y el hacernos nuevamente víctimas de la feria circense, del tinglado vulgar, la suciedad, el desorden en las calles de nuestra ciudad, abundan en la voluntad de quienes no tienen recursos para superar reveses políticos.

La posición de la sociedad en general y de las fuerzas productivas en particular debe ser firme, hay que hacer evidente la determinación de no limitarse a contemplar impávidos cómo la irresponsabilidad destruye la institucionalidad del país y reparte el poder público a su conveniencia. Por eso la exhortación de quienes representan la producción nacional, fuentes de trabajo y empleo, dirigida a quienes cometieron tamaño desatino inconstitucional, para que rectifiquen, para que no destruyan el país y para que mediante un consenso nacional se cambien las cosas en democracia, ha sido muy bien recibida por la nación entera. Es una propuesta absolutamente válida y debe ser escuchada por quienes parecen considerar a la Constitución como un mantel de cocina que pueden seguir ensuciando.