Nací en 1912 a cuatro cuadras del “Mercado Sur, Mercado de la Orilla o Mercado de Hierro”. Allí dos tíos abuelos  tenían dos “mesas” con carnes, y otro tío abuelo, una barraca  sobre las calles Sargento Vargas y Huancavilca.

Niño pobre, como  era, todos los días iba donde mis parientes en pos de la carne y víveres, para algunas veces descender por las rampas del Mercado en dirección de las balsas que allí se arrimaban a descargar los cientos de cabezas de verdes  que venían de la provincia de Los Ríos.

Me parece interesante hallarle un nombre a esta obra, que simbolice su pasado y su presente. Estoy de acuerdo con quienes opinan que esa sólida estructura habla de un mercado, y quitárselo, equivaldría a falsear su historia.
Salvo mejores criterios, podría llamarse “El mercado de los sueños”.

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Qué fue su milagrosa transformación de enorme y pestilente muladar a lo que es ahora: ¿Un sueño? Qué son las exposiciones pictóricas y los ciclos de conferencias que se dictan en sus amplios ambientes, ¿no son sueños estéticos o idílicas inspiraciones de  escritores y pensadores, dicho de otro modo, de soñadores?

Pienso que podríaselo llamar “el mercado de los sueños”, porque al nacer de un soñador o soñadores guayaquileños, es y seguirá siendo como en la antigua Atenas, una especie de Acrópolis; porque qué fueron los poetas y filósofos griegos, ¿no fueron también insignes soñadores?

Prof. Guillermo A. Rodríguez A.
Guayaquil