Un año después de la captura de Saddam Hussein,  enarbolada como una victoria de Estados Unidos, los estadounidenses constatan que el surgimiento de un nuevo Iraq, prometido por el presidente George W. Bush, es aún más difícil de lo previsto.

La prensa estadounidense se muestra discreta sobre el aniversario y se interesa por la polémica sobre protección para los soldados en Iraq.

Hace un año,  Bush declaró que la captura del ex líder iraquí “era esencial para el surgimiento de un Iraq libre”.

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Prudentemente, Bush alertó a los ciudadanos que la captura de Hussein no marcaba “el fin de la violencia en Iraq” y que EE.UU.
hacía “frente a terroristas que preferían matar gente inocente antes que  aceptar el surgimiento de la libertad en el corazón del Medio Oriente”.

La violencia deja también miles de víctimas entre los iraquíes. El país sufre decenas de atentados suicidas y ataques con coches bomba y la guerrilla multiplica los combates en las zonas sunitas del oeste y del norte de Bagdad.

Lejos de reducir el número de tropas desplegadas en Iraq, Bush anunció la semana pasada que había decidido aumentar la cantidad de efectivos en 12.000, hasta un total de 150.000 soldados, con el objetivo de asegurar la realización de las elecciones generales previstas para el 30 de enero. 

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Hussein, el hombre que dirigió Iraq con mano de hierro durante 33 años, ha desaparecido del mapa político un año después de su captura en un pozo al norte de Bagdad.

Falsa huelga de hambre
Ayer, el ejército estadounidense desmintió que Saddam Hussein, prisionero de las fuerzas norteamericanas en Iraq, haya iniciado el viernes pasado una huelga de hambre, como lo afirmó un abogado iraquí.

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Mientras, los combates y explosiones de coches bomba que dejaron varios heridos, continuaron en Bagdad y otras ciudades.
En Faluya un marine estadounidense murió durante una operación de combate.