Cada vez que se acerca la Navidad con sus luces, colores y regalos no dejo de pensar y repetirme que la Navidad es para los niños, porque solo los niños pueden vivir la ilusión de las pascuas sin advertir la gran violencia y frustración que trae aparejada.
Los niños porque en ellos no ha crecido una conciencia crítica. Los niños, porque ellos no saben de manipulaciones ni de mercadotecnia. Los niños, porque ellos son capaces de sentir como un arrullo los villancicos, hipnotizarse con las luces y focos navideños, extasiarse ante un nacimiento gigante y colgarse de un extraño disfrazado de Papa Noel para vivir la farsa de que es él y no sus padres quienes le obsequiarán un regalo.

El principio activo de la Navidad es hermoso, fuera de iglesias y sacerdotes, la Navidad celebra la vida y el amor. Celebra la unión, celebra la paz. En los creyentes recuerda el nacimiento del más grande loco y revolucionario que vino al mundo. Era tan loco que trajo un mensaje nuevo aún impracticable: amaos los unos a los otros.
Tan loco que puso al amor por encima de la ley y de las costumbres. Tan loco que murió por sus ideas. Tan revolucionario que dos mil años después aún sigue haciendo escuela y hasta los descreídos lo invocan en tiempos de infortunio. Pero ese nacimiento, que es una metáfora de la vida y de todo lo bueno que ella implica, genera una parafernalia de frustraciones y tristeza en el mundo de hoy que también hay que considerar. Para empezar, diciembre es el mes en que los comerciantes se liman las uñas para vender en un mes lo que en el año no han hecho y se llenan de artimañas para hacer que sucumbamos a sus artilugios y compremos lo que no necesitamos; si no pueden con los adultos, toda la artillería está destinada a los niños que son víctimas propicias.

Hubo tiempos remotos en que los niños se conformaban con cualquier juguete, lo demás lo compensaba la imaginación; ahora, gracias a la publicidad, quieren los regalos de última moda que generalmente son los más costosos, y con el dólar todo es más caro. Entonces vemos por los malls  desfilar a padres con los ojos hambrientos y un rictus de desazón y amargura junto a su prole porque no pueden comprar los juguetes que sus hijos con ansias desean. Madres que no saben cómo hacer para estirar el bono para que les alcance para los regalos de sus hijos, la cena navideña y además -y esto es importante-para comprar un “cariñito” para el resto de la familia.
Porque diciembre es el mes de las compras y la costumbre genera normas, como la de obsequiar a los seres queridos regalos en Navidad, no importa si son adultos o niños.
Y la imposibilidad de hacerlo produce frustración, tristeza, impotencia, depresión.
Entonces, una fiesta cuya esencia está llena de buenas intenciones, genera un estrés que puede resultar traumático en muchos adultos con empleo de bajos y medianos recursos que son la mayoría en nuestro país. Y ni qué decir de los desempleados, conocemos a sus hijos que apostados en semáforos y esquinas demandan su Navidad a cualquier transeúnte que pasa. Y entonces la Navidad feliz, muy feliz la tienen los centros comerciales, los importadores, los comerciantes. A los demás, a los pobres, les queda el triste consuelo de saborear la Navidad desde la adornada vitrina de los almacenes y desde una pantalla de televisión que les habla, en su impotencia, de las ofertas y supercombos por fiestas mientras una tonada de fondo les desea Una feliz Navidad.