Una de las reformas fundamentales que debe hacerse es la exigencia de que los legisladores conozcan de leyes y los problemas del país, que acrediten una instrucción académica o experiencia administrativa o política.

Es indispensable terminar con la sinvergüencería de los diputados que quedan independientes porque se desafilian o son expulsados de los partidos políticos que los llevaron al Congreso. Hay que aplicar  la Ley Orgánica de la Función Legislativa. Así, se acabará que  diputados independientes se manejen al vaivén de sus intereses personales y funcione “el hombre del maletín”.  Que se vuelva a la bicameralidad, como en los tiempos en que había cerebros de senadores  que  legislaban    sin  escándalos.  Allí sí que el Congreso tenga 100 representantes; pero si se trata solo de alzar la mano para aprobar lo  dispuesto por el dueño del partido, 30 diputados serían  suficientes y el país se ahorraría mucho dinero.

Ing. Arturo Arias Icaza
Guayaquil

Publicidad

Desde que se inició esto que llaman democracia, hemos tenido que soportar una inestabilidad política que nos está haciendo cada vez más daño.

La historia negra pública del Congreso arrancó con el “Clavijazo”, y continúa hasta los días presentes con la supuesta identificación de “el hombre del maletín”. ¿Qué hemos hecho para cambiar?

La  preocupación del Presidente siempre ha sido armar en el Congreso una mayoría resbalosa para salvar su pellejo, y que los interesados lo califiquen como “un gran ejecutivo”.

Publicidad

Fondos reservados, deuda “eterna”, petróleo..., sirvieron para pagar ese “derecho”. Sin embargo, como a la doncella que le piden una prueba de amor, siempre cayó en desgracia luego de ser aprovechado.

El problema es la falta de control que tenemos los ciudadanos, de la clase política, necesaria en una democracia, pero perversa como partidocracia y que una vez que termina cada fiesta votacional, hace el baldeo a gusto y antojo.

Publicidad

Evidentemente, el problema de la sociedad es la mala formación los partidos políticos, que no son más que empresas electoreras, que responden a intereses privados y burocráticos, y que terminan con intereses y contratan candidatos “famosos”  para lograr altas votaciones.

Ing. César E. Castillo Delgado
Guayaquil