Gracias a la oportuna intervención del Alcalde guayaquileño y a la acogida inteligente de los planteamientos hechos a la Policía, se ha restablecido el trabajo del plan Más Seguridad. Dice un refrán que “hablando se entiende la gente”, y en este caso se ha probado una vez más su verdad.

Acostumbrados como estamos a las políticas del individualismo, no nos extraña que los dirigentes de alto nivel luchen a brazo partido por imponer sus criterios y acciones, tengan o no razón. Desde los mandatarios de mayor rango hasta los jefecillos de menor cuantía, pretenden poner el sello de su voluntad en cuanto se hace y deshace en el país. Como si pretendieran ser amos de esta ínsula Barataria o sus protagonistas fueran nuevas versiones de Robinson Crusoe. Felizmente, en el problema de Más Seguridad no ha sucedido así.

A pesar de que estamos viviendo unos días muy difíciles para la democracia, en los que no sabemos quién es quién ni qué organismos rigen nuestra existencia jurídica, la ciudadanía ha respirado un poco de paz. Había el temor de que se tornara el caso en una pugna personal lo que es un afán de resguardar la mayor seguridad de Pedro Guayaquil y Griselda Ecuador.

 Luego de varias horas de reunión del alcalde Nebot con los representantes de la Policía, las cámaras de producción y la Junta Cívica, se acordó reiniciar el plan municipal Más Seguridad mediante todos los vehículos y el personal respectivo.
Por su parte, la Policía se comprometió a dotar de 40 vehículos y su personal para la lucha contra la delincuencia en el cantón Guayaquil. La Municipalidad contratará servicios privados de seguridad para 40 sectores que los requieren urgentemente.

Ha hecho muy bien el burgomaestre en romper lanzas en defensa de la “ciudad del río grande y el estero”. Un alcalde que no luche permanentemente por el cumplimiento de sus planes de servicio social es como un jefe de familia que elude sus obligaciones. Que no se preocupa por defender a los suyos de los mil riesgos, enfermedades y carencias que pueden tener. Este suele ser el caso de los gobernantes que elaboran brillantes proyectos populares y no cuidan de su eficaz cumplimiento. Que redactan proyectos destinados al eterno festín de las polillas.

Este corte de los mejores planes de servicios es, por desgracia, un mal común en los países del tercer mundo. Cada cambio de gobierno suele ser un espacio de “borra y va de nuevo”. Como si todo lo realizado en la administración anterior fuese malo y su destino inevitable fuera el cesto de la basura.