Cuando la izquierda era de izquierda tenía exagerado gusto por utilizar términos que provenían del lenguaje militar. No era en vano si decía que las cosas se arreglaban con un par de tiros y hacía depender el poder de la boca del fusil. Táctica y estrategia eran dos de esas palabras que con el tiempo llegarían a tener valor casi mágico y que, entre otras, tenían la virtud de definir el rumbo adecuado para cada situación. No había más que establecer una estrategia para de ahí desprender las diversas tácticas que la alimentarían hasta llegar al objetivo central. La estrategia se mantenía mientras las tácticas cambiaban de acuerdo a los altibajos de la situación, lo que permitía mantener principios incólumes mientras se colaboraba con gobiernos oligárquicos o populistas. Era una excelente táctica (¿o habrá sido estrategia?).

Todo ese ensayo de juegos de guerra permitía saber con exactitud con quiénes aliarse y con quiénes enfrentarse. Para eso, el experimentado estratega debía haber identificado previamente al receptor de sus ataques que, para no perder la terminología cuartelera, pasaba a ser el enemigo principal. Todo lo que se hiciera en contra de él o que contribuyera a afectarlo era positivo, y estaba justificada por tanto cualquier táctica que condujera hacia esa dirección.

Un par de partiditos de izquierda han viajado al pasado y se han aliado con el Presidente al que apenas el día anterior había que derrocar por una cantidad inconmensurable de razones éticas, constitucionales, legales y políticas. Todo porque las causalidades del destino –interpretadas por quienes nunca creyeron en el destino y menos en las casualidades– hicieron que este presidente se enfrentara al enemigo principal. Si el violador de la Constitución, de la ética y de cuantas cosas más se enfrenta a Febres-Cordero, entonces hay que apoyarle e ir con él, porque así lo dicta esa táctica inteligente, brillante, inapelable e infalible.

No tiene por qué llamar la atención que esos minipartidos realicen esas piruetas en tan corto plazo, si todo es cuestión de tácticas. Pero hay cosas que no tienen explicación. Una es que su noción de cálculo sea tan deficiente como para no darse cuenta del costo institucional que estamos pagando por el supuesto fin de Febres-Cordero. Con lo realizado en el Congreso junto a sus aliados de ocasión ya se han comido la última migaja de institucionalidad que le quedaba al país. Además, si cae el enemigo principal caerá con su partido, y con este se irán los demás. Será el fin del débil pero necesario sistema de partidos.
En el escenario quedarán los dos populismos, el del plebeyo y el del millonario, junto a la horda fascista que considera sinónimos a inteligencia y espionaje. Otra cosa incomprensible –más incomprensible aún– es la actitud de ese micropartido en que se ha convertido la DP.
Asumiendo tardíamente la lógica del enemigo principal ahora apoya al coronel que dio el golpe a su gobierno, sin haberse siquiera acordado de que el presidente derrocado sigue militando en ese partido.