Para animarnos a adquirir lo que la Navidad requiere, hoy la Iglesia nos presenta las palabras que San Juan Bautista utilizó para mover a sus paisanos a la conversión: “¡Preparen los caminos del Señor! ¡Hagan derechas sus sendas!”

Es un llamado a que en Adviento compongamos nuestros corazones. Porque todo lo demás –las luces navideñas y los villancicos, los agobios, las carreras, los regalos y los gastos– si no nos llevan a cambiar, no sirven para casi nada.

Es verdad que cuanto se hace por los otros, a no ser que se haga con hipocresía, nos ayuda a disponer el corazón para acoger a Dios. Pero si horizontalizamos nuestra Navidad, si reducimos su significado a la beneficencia y la filantropía, fácilmente acabaremos por considerarla, como tantos hoy en día, una simple fiesta comercial.

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Ahora bien, la conversión del corazón, para usted y para mí, tiene un paso obligatorio: acudir al sacramento de la penitencia. Sin acusarnos de nuestros pecados, sin proponernos enmendar nuestra conducta, y sin que Cristo nos absuelva con la voz del sacerdote, para usted y para mí no puede haber un verdadero Adviento. Las sendas y caminos del Señor, en nuestro caso concreto, se enderezan y preparan con la Confesión sacramental.
Tanto si nos encontramos con conciencia de pecado grave, como si nos hallamos (como nos acontece a usted y a mí de modo habitual) tan solo con pecados leves.

Si tenemos un pecado grave, si deliberadamente (con advertencia plena y consentimiento pleno) hemos desobedecido a Dios en algo gravemente señalado por su Ley, no podemos preparar su Nacimiento en nuestro corazón sin confesarnos. O por lo menos sin tener la decisión de confesarnos cuanto antes.

Pero si solamente nos acusa la conciencia de pecados leves, aunque su confesión no sea obligatoria, también debemos acudir al Sacramento de la Penitencia. Porque la absolución del sacerdote, además de perdonar estas pequeñas faltas, hará que nuestro amor a Dios y a los demás, lo que Jesús espera hallar en nuestro corazón, se encienda mucho más que de cualquiera otra manera.

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¿Y si alguno no tuviera en su conciencia ningún pecado leve?
¿Debería confesarse en este Adviento?

Si no advirtiera en su conciencia nada que suponga falta (cosa que jamás me pasa a mí), también debiera confesarse para preparar la Navidad. Pues aunque en buena teoría no sería necesario que lo hiciera, si ni siquiera viera un grano o un lunar en su conducta, se deberá probablemente a que anda mal de vista. Y si contara al sacerdote lo que le sucede cuando piensa en confesarse, estoy seguro de que nada más decirlo, por obra de esa confesión supuestamente innecesaria, se le corregiría toda su ceguera.