La TV es la responsable de la educación política del ecuatoriano promedio. Noticiarios, comedias, telenovelas, programas de variedades, de concursos, de farándula, todos los días imparten nociones de una muy particular ciencia política cuyo concepto central y dominante es el que sigue: la sociedad civil y la sociedad política son dos espacios separados, opuestos y excluyentes, dos ámbitos incompatibles. Su incompatibilidad es de tipo moral: a la sociedad política corresponden los valores negativos, como corrupción, fraude, vagancia y una larga lista que conforma un cuadro de avanzada crisis moral; los valores positivos, en cambio, son propios de la sociedad civil.

A la sociedad civil recurren los noticieros cuando buscan ejemplos edificantes y pletóricos de optimismo que nos ayuden a ir por el mundo con el “sí se puede” a flor de labios. Cuando los periodistas de TV hablan de transmitir noticias positivas que mejoren el ánimo de los ecuatorianos y refuercen su autoestima, sabemos exactamente a lo que se refieren: a noticias por fuera de la política, a historias de superación, éxito o fútbol.

Nadie lo ha expresado mejor que Fernando Aguayo, de Cablenoticias, en una reciente entrevista al empresario y ex diputado Alejandro Aguayo: “Usted estaba en la actividad política –le dijo–. Ahora se ha dado cuenta que hay que trabajar y que lo único cierto es lo que hagan los empresarios por generar riqueza y fuentes de trabajo. Lo otro, lo del discurso fácil del ámbito político, no lleva a nada, lo que hace es empobrecer”.

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En el mismo orden de ideas, discurría el miércoles un iracundo Manuel Maldonado: “Nada de lo que están haciendo (los políticos) interesa a la ciudadanía… Estos señores están dedicados a pelear, a quitarse la troncha, las elecciones, las credenciales, apoderarse de la Corte Suprema de Justicia con una mayoría, después viene otra mayoría, le quitan la Corte, se desinstitucionaliza el país…”. El reportero de Ecuavisa Hernán Higuera puso números a esa indignación: el mal comportamiento del Congreso le ha costado al país 500 millones de dólares este año, dijo. Todo ese dinero se perdió porque los diputados “se entramparon en temas políticos y en formar mayorías”. Porque estuvieron “preocupados de la situación política, de las negociaciones y cabildeos”.

Y sí, claro, es obvio que este Congreso deja mucho que desear. Pero lo que preocupa en el discurso televisivo es que en lugar de plantear una crítica política a una función del Estado, propone una descalificación moral no solamente de los diputados (que quizás se la merecen) sino de los propios mecanismos y principios en los que se fundamenta esa función del Estado, que son los mecanismos y principios políticos de la democracia. Aguayo dice “política” como quien pronuncia una mala palabra. Para Maldonado e Higuera, también la palabra “mayoría” está bajo sospecha.

Claro que está bien criticar al Congreso si no trabaja, pero hay algo perverso en afirmar que no trabaja porque se la pasa formando mayorías, o porque está dedicado a la política. ¿No es para hacer política que lo elegimos? ¿No es la constitución de mayorías un mecanismo del juego democrático? ¿Dónde reside si no el valor de nuestro voto? Pues bien: en una ciencia política basada en la oposición entre lo civil y lo político, el voto no cuenta. Elegimos a nuestros representantes para llevarlos a la TV y decirles que no nos representan. El éxito televisivo del grupo de parricidas juveniles Ruptura 25, se debió precisamente a su empeño por negarle la representatividad a un Congreso y a un Gobierno elegidos por mayoría de votos, algo que la TV se moría de ganas por hacer.

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Como los votos no sirven, la TV busca ejemplos de representatividad en otros lados y reivindica liderazgos que se sustentan en prácticas ajenas a la institucionalidad democrática.
Ejemplo: Jaime Toral Zalamea, a quien Freddy Ehlers y Marián Sabaté han atribuido cualidades casi heroicas. Esta semana, Canal Uno retransmitió una vieja entrevista en la que Sabaté pregunta a Toral si “le interesa la política” y él, claro, contesta que no: “no puedo estar mezclado con una clase política indigna”. En el mostrador político de la televisión, Toral Zalamea y Ruptura 25 comparten anaquel.

El resultado de estos mensajes es un creciente desencanto con la democracia, muy apropiado para que florezca el antiparlamentarismo y prosperen las tendencias autoritarias. Según una encuesta hemisférica, los ecuatorianos somos el pueblo más predispuesto de América a aceptar una dictadura como forma de Gobierno. Es obvio que la TV es una de las principales promotoras de esta peligrosa ingenuidad política.

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Hablando de ingenuidad política, ¿escucharon la propuesta de Julio Ayala Serra, comentarista de ‘Está clarito’, a César Montúfar, director de Participación Ciudadana? “Ya que nuestros llamados líderes no proponen nada para el país –dijo–, ¿podrían organismos como el suyo proponer tres o cuatro ideas fundamentales con las cuales trabajemos, nos pongamos de acuerdo y a lo mejor se entretengan estos denominados líderes?”.
Montúfar no se tragó esa píldora, ¿quién podría? “La sociedad civil necesita de partidos políticos”, corrigió a su entrevistador: “es falaz la oposición entre sociedad civil y partidos políticos”.

Algo está haciendo Jorge Ortiz para enmendar errores. En su programa de este lunes desmintió por primera vez a un joven que telefoneó para descalificar a un grupo de diputados. “Borregos que hacen lo que el patrón manda”, dijo el joven, “no nos representan”. Ortiz le cortó en seco: “sí nos representan, señor, porque votamos por ellos”. Actitud atípica, viniendo de un periodista de TV. Lo normal es lo contrario: que el periodista se coloque de parte del joven, asuma su crítica moral a los políticos, desconozca su representatividad y reniegue de las instituciones.

La televisión se resiste a admitir que nuestros diputados sí nos representan, porque eso implicaría reconocer que la crisis moral que les atribuye no es exclusiva de ellos y que, bien mirada la cosa, los valores se han perdido en todos lados: en los medios, en los bancos, en las empresas. Como la televisión se empecina en no verlo, solo nos deja una salida: la de ‘Los H.P.’. Los personajes de esta comedia de Ecuavisa personifican la lucha de una sociedad civil que, indignada por la corrupción moral de los políticos, opta por la ilegalidad. Como Ayala Serra, Toral Zalamea y Ruptura 25, los H.P. plantean la crítica moral de la política y niegan el valor de las instituciones. Son héroes porque su proceso de emancipación política los ha llevado a practicar la justicia por mano propia, extorsionando a diputados, expropiando a corruptos y repartiendo caridad a manos llenas. Encarnan el máximo ideal ¡político! de la televisión ecuatoriana: el hijueputismo.

 

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