El país vive en estado tempestuoso y de zozobra, generado –diría casi sin equívoco– por una generación obsoleta que se mezcla con la de políticos aún sin barba. Los unos llenos de maniobras aprendidas en el pasado, y los imberbes como claque para secundar con votos y actitudes los de su soberano. Años ha, en el ejército se los habrá llamado cornetas, ordenanzas o sargentos de órdenes.

La percepción es que el atasco que se está viviendo es producto del éxito y predominio que el PRE tuvo en la conducción política que luego la perdió, y su jerarca tuvo que emigrar a Panamá. Desde el exilio aún intenta la posibilidad de lo imposible.

Mientras tanto, creyentes y herejes se juntan en el oratorio tratando de encontrar la plegaria de máximo valor que sea como el ¡eureka! buscado con afán.

Creada la incertidumbre, se crea la inseguridad para el desarrollo económico. No hay agenda, programa o modelo que los políticos y los economistas se atrevan a  proponer para la buena administración pública, en razón del fracaso garantizado por las circunstancias inciertas, las enfermizas decisiones, las contradicciones, y las  incongruencias.

Desde la aventura política descomunal que tiene la historia política ecuatoriana hasta el casi paraíso prometido por quien ofreció ser el mejor presidente, el país vive un desastre. El futuro que se avizoró ya llegó y estamos viviendo en él. Lo único que se garantiza es el desorden.

Las exportaciones de nuestros productos las cuestionan como sistema los competidores de los mercados mundiales; ministros, negociadores y empresarios viajan con su talega de desinformación a “negociar”, y cuando regresan hacen declaraciones como que no quisieran hacerlas. ¿Seguiremos vendiéndole lo que le interesa al acreedor?

Todo administrador –el negociador es un administrador de la misión que recibe para actuar en el TLC– debe rendir cuentas de lo que ha conseguido de los objetivos asignados. Viajes y más viajes nada dicen de los controvertidos conceptos de este singular instrumento de elegante y eufemística colonización económica. ¿Por qué nuestros negociadores ecuatorianos no le dan la vuelta al país, levantando la voz para que conozca lo que va a ganar, y desde luego lo que va a perder? Todos los días aparecen noticias que crean el criterio de que el TLC no será de beneficio para el Ecuador. ¿Cuáles son las oportunidades y los perjuicios que tendrá el país para su desarrollo, ahora que la economía es global, entrelazada por la comunicación al segundo? ¿Se percibe, acaso, el contraataque político, militar y económico que Estados Unidos pudiera tener para neutralizar o mejorar su situación deficitaria en el presupuesto nacional y en la balanza comercial? ¿Y qué piensan nuestros políticos, en su mayoría desconocedores de la administración y desarrollo de la economía, frente al desarrollo industrial de China, de India, del dinero nominal o electrónico que sustituye a la presencia de billetes; o de la devaluación del dólar y la competencia del euro y la estructura en que está inmerso? ¿Por qué se dejan para la especulación neófita estos factores? ¿Es que hay que reconocer que vivimos en la incertidumbre de la cual ni el pasado ni el presente político ha logrado sacarnos?

La incertidumbre como consecuencia del éxito del pasado.