Alrededor de trescientos cincuenta mil compatriotas esperan febrero para iniciar su proceso de regularización en España; mientras tanto, destacan las ventajas que les brinda el país anfitrión para realizar un proyecto de vida que sienten imposible en Ecuador.

Miles de ecuatorianos esperan la llegada del mes de febrero para participar en el proceso de regularización de su residencia en España y planifican desde ya sus próximas vacaciones en Ecuador para julio, agosto o diciembre.

Mientras, se debaten entre la añoranza por su país lejano, la nostalgia por la familia distante y el disfrute de las comodidades de una sociedad moderna, en la que como dicen ellos, con el trabajo que cumplen por humilde que sea, tienen la posibilidad de cumplir sus sueños de comprar un departamento, un vehículo y ahorrar para un negocio.

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Muchos visten ropa de marca, usan teléfonos celulares con cámara incorporada, habitan en casas propias o alquiladas con ascensor, utilizan bañeras, espuma y cremas que los muestran con su piel más blanca.

Numerosos compatriotas prefieren frecuentar solo a ecuatorianos y comer, beber y oír música ecuatoriana, lo que retrasa su proceso de integración a las costumbres y comida del país anfitrión.

Claro que también hay los que han cogido los hábitos españoles o que han optado por la nacionalidad española.

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La mayoría conserva la costumbre de comer arroz (los españoles prefieren el pan), lo que ha obligado a los supermercados a ofrecer el grano.

No cambian la cerveza por el tradicional vino. Varios dueños de bares se alegran de tener ecuatorianos en sus barrios porque consumen docenas de cervezas en pocas horas, mientras los españoles se pueden pasar con dos copas de vino toda la noche.

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Siguen fieles al encebollado de pescado que compran a 8 euros en restaurantes ecuatorianos o comedores improvisados como el de Nelly Domenech y pagan 5 euros por un plato de fritada en tarrina térmica en La Plaza Cataluña.

Si uno ingresa a un bar latinoamericano no es raro que de inmediato se escuche un disco de Segundo Rosero o de Jenny Rosero, adquirido para satisfacer a los ecuatorianos.

Claro que, como la mayoría de ecuatorianos, buscan de qué quejarse... y lo hacen primero de su país que los obligó a irse o que no brinda la posibilidad de triunfar, aunque no es cierto que todos emigraron por razones económicas.

Hay quienes se fueron por decepción amorosa, por necesidad médica, “porque mi esposa me trajo” como admitió un señor de cincuenta años, por querer experimentar una nueva vida, por darle otro futuro a sus hijos, etcétera.

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Muchos se quejan de que su familia de Ecuador solo les piden dinero, pero no se preocupan por cómo les va acá, aunque tampoco ellos describen a sus familiares la ciudad donde viven, y suelen enviar fotos de ellos en la sala y no frente a un museo u otro sitio turístico.

Se entretienen con la serie de los Simpsons que por el hábito español de traducir todos los programas, les sirve de cátedra para entender las bromas de los españoles.

Los oriundos de la costa se quejan de que muchos españoles creen que en Ecuador se vive en chozas o en páramo.

Y es que las imágenes que aparecen en la televisión cada vez que se habla del Ecuador son: levantamientos indígenas o quema de llantas en algún sector rural.
También se abalanzan cuando se muestra un libro con fotografías del Guayaquil actual, el que lo exhiben con orgullo en sus lugares de trabajo.

Ahora ya les es normal la excelente atención médica en los hospitales públicos, la puntualidad de los buses y trenes, el respeto a los turnos, la calidad de los productos.

Para muchos ecuatorianos es un choque cultural la liberalidad sexual europea, aunque para otros ha sido la posibilidad de hacer pública o asumir su preferencia sexual y es normal parejas del mismo sexo en fiestas o en las calles.

Otros que aportan a la seguridad social viajan de vacaciones y piden la baja para poder recibir el seguro de cesantía de 700 a 900 euros mensuales o viven meses del subsidio.

Muchas familias tienen dos y tres niños nacidos aquí y que gozan de la nacionalidad española, por lo que exhiben con orgullo el Libro Azul de Familia, donde constan los datos de filiación de los padres.

Los niños ecuatorianos sufren también un choque cultural. Primero aprenden a ser independientes. No utilizan uniformes y les enseñan a cocinar cosas sencillas, los llevan de giras a ciudades cercanas para apreciar museos.

En escuelas como la Antonio Ubach de la ciudad de Terrassa, de los 22 alumnos del quinto grado de primaria, 17 son hijos de inmigrantes mayoritariamente ecuatorianos.

Comparten las aulas con niñas marroquíes que les cuentan que tienen tres madres. Aquí entran en juego los padres quienes les deben explicar que en otras culturas o religiones es permitido tener familias de esas características.

También aprenden que no pueden ser castigados físicamente por nadie, que la educación es democrática y no represiva y ya no se sorprenden cuando en algunos planteles los profesores permiten a los chicos de trece años salir cinco minutos a fumar al patio.

¿Que pasaría con nuestro país si muchos retornaríamos con los nuevos hábitos de la puntualidad, de trabajar fuerte, de reclamar nuestros derechos, cumplir las obligaciones y confiar que los servicios funcionen? preguntó Frank Tigua. Como están las cosas en Ecuador, la respuesta talvez nunca se sepa.