Los padres de Gaby, de 17 años, se consideran una familia normal, sin embargo, a lo largo de los años en su hogar, conflictos han ido creciendo hasta estallar durante la adolescencia en su hija mayor. Para su sorpresa y horror, esta se hundió en las drogas.

Escuchemos a Gaby: “La base me ayuda porque me embala dos o tres días, luego vuelvo; siento odio y todo me da igual. Quería olvidar porque en casa me sentía muy mal; muchas veces quise suicidarme. Con una amiga que también quería hacerlo, jugamos a la ruleta rusa, apreté el gatillo y nada; luego ella y nada, cuando volví a apretar, mi enamorado me empujó y el tiro se desvió. Quería morir para olvidar, olvidar con la base o pegarme un tiro.

“Fui botada de la casa, en la tercera vez porque llegué tarde, en la cuarta vez me largué yo; y en la quinta  fui a vivir cuatro meses con un amigo”.

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El caso de Gaby muestra la intensidad del sufrimiento de ciertos jóvenes detrás de sus intentos de suicidio y consumo de drogas. Pero el sufrimiento no se cura a punta de golpes. La adicción debe ser tratada por profesionales con experiencia. Una familia que busca ayuda debe evitar aquellos “centros vivenciales” manejados por quienes carecen de títulos y practican, muchas veces en forma ilícita.

Al encarcelar al paciente a la fuerza y manejar la “terapia” con golpes e insultos para forzar abstinencia por miedo al castigo, esta novedosa “industria” no solo no resuelve el problema de la adicción, sino que provoca graves descompensaciones físicas y psicológicas.

Dr. Jacques Laufer Z.
Guayaquil