¿Hacia allá es donde irá el presidente en su segundo mandato? No lo sé. Creo que se le  presiona para que avance en dos direcciones radicalmente distintas.

Es conocido que el presidente reelecto de Estados Unidos no es un gran lector de libros de historia, por lo que vale la pena observar con detenimiento cuando le dedica tiempo a aprender sobre líderes anteriores.

Durante el verano previo a su decisión de invadir Iraq, por ejemplo, se dice que George W. Bush estuvo profundamente interesado en los argumentos ofrecidos por Eliot Cohen en su importante estudio Comando Supremo: soldados, estadistas y liderazgo en tiempos de guerra.

Cohen dice que los líderes realmente influyentes en tiempos de guerra (Lincoln, Clemenceau, Churchill y Ben Gurion como casos de estudio) fueron aquellos que tuvieron el valor de imponerse al cauto consejo militar cuando llegó el momento de la decisión suprema.

La lección contemporánea es obvia: pese a las preocupaciones de los generales del Ejército estadounidense sobre la posibilidad de sobreextender su capacidad militar, y las preocupaciones de Colin Powell sobre la desaprobación internacional, el presidente habría tenido la determinación de ser firme. Como su gran héroe Churchill, habría movilizado a la nación para liberar al mundo de un tirano ruin.

Con ese antecedente, me interesé mucho cuando me enteré hace poco de que Bush se ha mostrado intrigado por la carrera de Bismarck, un exitoso político que unificó Alemania y encabezó sus políticas  casi 30 años (1862-1890).

Según sabemos por las biografías del canciller de Alemania, incluyendo las de los profesores Otto Pflanze y Lothar Gall, en realidad hubo dos Bismarcks.

El primero pateó el tablero en Alemania y en Europa en una sola década dramática, manipulando con éxito las guerras contra Dinamarca (1864), el imperio Habsburgo (1866) y Francia (1870-71), y llevando a los estados alemanes de occidente y del sur al primer imperio alemán en alianza con Rusia, confundiendo y desmoralizando totalmente a la oposición liberal.

Pero una vez que Bismarck hubo alcanzado esas metas, sus miras se volvieron hacia otra parte: hacia la estabilidad, la creación de una red diplomática y los entendimientos bilaterales que hicieran imposible una futura guerra de toda Europa, y la preservación del orden conservador en casa. El “loco destructor” se transformó en alto estadista.

¿Hacia allá es donde irá el presidente en su segundo mandato? No lo sé. Creo que se le  presiona para que avance en dos direcciones radicalmente distintas.
Luego de que la victoria republicana quedase clara, los archiconservadores de la derecha cristiana comenzaron a demandar la implementación de su propia agenda. El Wall Street Journal informó a sus lectores que el segundo periodo de Bush sería más “revolucionario” que el primero porque ahora tenía un claro mandato para inclinarse hacia la derecha.

Esta inclinación conservadora bien podría ocurrir en el frente doméstico: las designaciones a la Suprema Corte, la legislación para el aborto y reducciones fiscales en favor de los ricos.

Pero esto no quiere decir que tengamos que esperar una intensificación de la arrogante política externa militar Rumsfeldiana de los últimos años. Por el contrario, seguro de su victoria electoral,  Bush podría sorprendernos llevando ramas de olivo a la comunidad internacional por varias razones importantes.

La primera es que los políticos en su segundo periodo piensan mucho en su lugar en la historia. Bush quiere ser recordado como un líder mundial, al igual que Roosevelt o Kennedy.

La segunda razón es que en privado está molesto con los malos consejos que recibió acerca de la facilidad de convertir al pueblo iraquí en  aliado pro estadounidense que pudiera transformar al Medio Oriente. El mandatario está muy sensible en este asunto.

La tercera razón es que Bush, ahora más que nunca, necesita apoyo internacional. Sin las Naciones Unidas, y los principales estados del Consejo de Seguridad de la ONU, no podrá encontrar solución al caos en Iraq (y a la ilegalidad en gran parte de Afganistán). También necesita ayuda de la OTAN, desde los Balcanes hasta el Asia Central. No puede escapar del involucramiento estadounidense en la catastrófica relación israelí-palestina, pero no quiere actuar solo. Finalmente, necesita ayuda de la comunidad internacional en la guerra contra el terrorismo.

La cuarta razón es que nos guste o no la economía estadounidense (más específicamente su déficit federal y comercial) requiere del apoyo de los ministros exteriores de finanzas y compradores externos de bonos del Estado. No hay economista o banquero que conozca que no esté profundamente preocupado (algunos aterrorizados) por la deuda internacional estadounidense.

El día después de las elecciones, el Departamento del Tesoro anunció que el gobierno necesitará pedir prestados 147.000 millones de dólares en los primeros tres meses del 2005, otro récord trimestral que probablemente será rebasado poco después.

No se necesita ser un genio para reconocer que en un futuro no muy distante la dependencia estadounidense para cubrir estos déficits alcanzará niveles de miedo. ¿Qué caso tiene andar cazando con éxito militantes afganos si el dólar estadounidense se desploma?

En suma, si George W. Bush no quiere ser nombrado “el Felipe Segundo del siglo XXI”, por el monarca español que virtualmente llevó a la bancarrota al imperio más rico del mundo hace 400 años, necesitará ayuda.

Finalmente existe la atractiva idea de ser el segundo Bismarck, no el guerrero, no la fuerza destructora, sino el estabilizador, la persona que insufle aire fresco a la diplomacia internacional. Como presidente en un segundo periodo, Bush podría dar esperanza y aliento a nuestros esfuerzos comunes por resolver graves problemas globales.

Muchos lectores pudieran pensar que esta es una idea extrema, y yo mismo tengo pocas esperanzas. Pero cuando George Bush lee libros de historia, debemos prestar atención.

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