La píldora del día después ha levantado un polvorín solo comparable a una batalla mediática, no solo en nuestro país sino en el mundo entero, en donde se polemiza sobre su uso y su comercialización por las profundas implicaciones bioéticas que esta dispara y por las objeciones de conciencia a la que muchos aluden. Son dos bandos los que generalmente se han enfrentado en los países que más se ha polemizado por este anticonceptivo de emergencia: juristas y grupos pro vida alegan que se atenta contra la vida humana versus algunos médicos y organizaciones de planificación familiar y femeninas que sostienen lo contrario; y en medio de estos dos, el cuerpo de la mujer, ese vasto territorio sobre el que se ha legislado, normado, prohibido, sin permiso de sus dueñas. No se le ha preguntado a la mujer qué piensa y qué cree sobre esta píldora. No hay información imparcial, ni educación sexual preventiva. El derecho de la mujer sobre su cuerpo pasa por un eficaz y honesto conocimiento sobre la reproducción sexual y la manera cómo los sistemas de anticoncepción operan; pero especialmente pasa por sus creencias y valores personales, por su capacidad y sentido de responsabilidad social.

El tema central es: ¿la píldora es abortiva o no? Según los más destacados especialistas el fármaco tiene una triple función dependiendo del ciclo en que la mujer se encuentre: 1.
Impide la ovulación si todavía no se ha producido. 2. Impide la fusión de óvulo y espermatozoide si la ovulación se ha producido pero no ha sucedido aún la concepción.
3. Impide la implantación en el útero si la concepción se ha producido pero el cigoto aún no ha llegado al útero. Y es en este último punto en donde está el meollo de la discusión.
Porque algunos destacados juristas consideran que la vida comienza desde el momento de la fecundación, por lo tanto es un crimen impedir la anidación del cigoto. Otros como la Organización Mundial de la Salud o el American College of Obstetricians and Gynecologists sostienen que el embarazo es “el periodo comprendido entre la anidación del embrión en el útero y el parto. Y, entonces, se colige que “no puede haber aborto si no existe embarazo”, como enfatiza la médica Esther Polack, presidenta de la Sociedad Argentina de Esterilidad y Fertilidad: “La pastilla no es más que una alta dosis de hormona que hace que el endometrio no se disponga para un embarazo. O sea, va a provocar que el óvulo fertilizado, en lugar de encontrar un colchoncito suave se tope con una pared dura”.

La pregunta del millón: ¿Y entonces, en dónde comienza la vida como individuo humano, en el óvulo fertilizado o en el cigoto anidado? Hay argumentos muy valiosos para ambas posiciones, pero en lo que no hay razón ética ni moral es imponer la voluntad o el pensamiento de otro sobre el cuerpo de la mujer. Es ella, especialmente ella, la que tiene el derecho a decidir y a elegir el método anticonceptivo apropiado que la libre de embarazos indeseados, la libertad para optar sobre su vida y los hijos que elija junto con su pareja tener, fuera de toda imposición religiosa o política. Negarle esta opción y su capacidad para elegir lo que considera más apropiado para su vida es atentar contra sus derechos humanos básicos.