El museo del Banco Central en Quito mantiene una retrospectiva de Nelson Román, pintor que pertenece a la generación que irrumpió en los 1960 de la mano de un expresionismo latinoamericano contagiado de cultura popular.

La muestra tiene su propio prefacio: el taller de pintura en Latacunga del padre de Román, Salvador, autor por igual de estampas devotas y carteles realizados a mano con los que, a mediados del siglo XX, el cine Rex anunciaba las películas. Y junto a los fragmentos del taller, piezas de la cerámica de finados en Cotopaxi, atuendos del danzante salidos del taller de Teófilo Quishpe, y máscaras del maestro Jacho, figura cimera de las mascaradas indígenas de Pujilí.

Y a partir de allí, el recorrido, a través de algo así como ciento cincuenta obras, de los cuarenta años de oficio de Nelson Román en los que ha tentado una gran diversidad de temáticas e, incluso de estilos. El recorrido se inicia con otra evocación: la presencia de los llamados mosqueteros (Ramiro Jácome, Washington Iza, Nelson Román y José Unda) elaborando un enorme fresco colectivo en tela en los patios del convento de la Merced, y después, organizando una “revuelta” artística en Guayaquil junto a Hernán Zúñiga.

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Román tiene algunas obsesiones: las máscaras, los ángeles, las figuras antropomorfas (el jaguar), los rituales andinos; pero la mayor constante de su obra es la forma en que va testimoniando diversidad de momentos vividos que le conducen, por tanto, a muy diversos puntos de partida, hasta desembocar en la ironía abierta que tiene como escenario el Quito de sus más recientes creaciones.

Allí está su “período negro” tan próximo a la dramática pintura de Francisco de Goya; los personajes alados; el homenaje, tan personal al impresionismo de Otto Dix; la picaresca; el pasado americano: los amantes de Sumpa, la rica serie de los códices, las figuras de El Dorado; las apocalípticas visiones de San Juan; aquella serie enigmática que Román la tituló Axza Axza XXIII evocadora de los universos americanos; y, recientemente, las visiones de París, ciudad en la que Román vive en la actualidad.

A momentos, parecería que los motivos y las temáticas, le imponen a este pintor, el color, la figura o la desfigura, los materiales que incorpora (por ejemplo su terca afición por las plumas adheridas a los lienzos).

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Su estilo plástico, quizás, es ese: su incesante búsqueda temática, allí donde, precisamente, todos los motivos caben en un mismo y diverso estilo, con distintos niveles de calidad e intensidad.