Miles de mujeres mueren o quedan estériles por realizarse abortos en los patios de las comadronas y ninguna de ellas decide hacerlo considerando si desobedece o no a la ley vigente en el Código Penal. Su decisión pasa, generalmente, por su situación económica o por los valores morales en los que cree. Lo primero, consecuencia de su realidad material y, lo segundo, subjetivo. Y sobre esta anciana contradicción económica-espiritual que lleva algunas muertes a saber, poco se hace.

Pero aparece la famosa pastilla “del día después”, que de paso existe desde hace tiempo, y tremendo alboroto. Nos recuerda lo que sucedió cuando salieron al mercado los anticonceptivos. Que si ello elevaría el número de las relaciones sexuales fuera de matrimonio y que incitaría a los jóvenes a empezar sus relaciones sexuales antes de tiempo. En resumen, sacaron a pasear el cuco del pecado y la condena al infierno.

Un punto a favor de la realidad cuando se comprobó que la cantidad de almas que arden en llamas no aumentó, ya que las relaciones extramatrimoniales se siguieron y siguen dándose en la medida de que las voluntades se junten sobre una cama, y que los jóvenes adelantan su vida sexual dependiendo de la educación que reciben, de lo que ven en sus casas y del número de abusos sexuales por parte de sus ascendientes.

Mientras esto ha sucedido, la píldora y demás métodos preventivos de embarazo han permanecido bien envueltos en el frío ambiente y sobre las perchas de las farmacias.
Ninguno de ellos se salió de las vitrinas a convertirse en comerciales sensuales ni en publicidades provocadoras al sexo; ni se transformó en la conciencia de los políticos que no invirtieron en una eficiente educación.

Por eso resulta tan absurdo suponer que comerciar estos métodos de prevención y anticonceptivos sea lo que provoque al sexo. ¿Qué poder de convocatoria sexual tendría una gragea o veintiún pastillas con el nombre de cada día o un sobre contentivo de un preservativo? ¡Por favor! Digamos las cosas sin tapujos. Lo que puede incitar al sexo irresponsable es el poco acceso a la información y educación de nuestros jóvenes, las drogas y el alcohol que venden sin control; y la burda desnudez que en pantalla colocan los medios de comunicación para subir los ratings y llenarse los bolsillos.

Me pregunto: ¿por qué los dirigentes  ultrarreligiosos no hicieron marchas de protesta cuando Amnistía Internacional declaró la violación a los derechos humanos en el caso Fybeca, o cuando los presidentes aprueban un presupuesto general del Estado destinando el mayor porcentaje al pago de la deuda externa, negándoles a casi todos la educación y la salud, o a favor de los portadores del VIH hacinados en la Penitenciaria del Litoral?

Talvez porque estén ocupados  convenciéndose ellos mismos de que no es la mala repartición de recursos lo que ahonda la pobreza y la ignorancia, y que los que no son como ellos, no cuentan con el don para diferenciar el pecado de la virtud ni los deja advertir el demonio, que ellos sí ven, entre el placer y la culpa.