En la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, el evangelio nos sitúa en el Calvario. Quiere que recordemos cómo el Hijo consiguió su Reino: haciendo el sacrificio de su vida, con entrega total al cumplimiento de la Voluntad del Padre.

Gracias a esta entrega y  sacrificio, la Tercera Persona de la Santa Trinidad, el infinito Amor divino, el Espíritu Santo, nos fue otorgado a los cristianos por el Padre y por el Hijo.

Y esta donación total de Dios, este amor actualizado hasta el extremo, no es algo que al haber acontecido hace casi veinte siglos, haya pasado a la historia. Esta donación total de Dios –a usted y a mí y a todos- sucede cada vez que se celebra la Sagrada Eucaristía.

Publicidad

Es un misterio tremendo. Es un misterio de fe. Más aún: “este es –como me gusta proclamar en cuanto acaba la Consagración– el Misterio de la fe”.

El Santo Padre, en su Encíclica más joven, nos quiere recordar lo que pasa cuando se celebra la Sagrada Eucaristía: “En ella – nos dice en el número once de la Ecclesia de Eucaristía - está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la Pasión y Muerte del Señor. No solo lo evoca sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el Sacrificio de la Cruz  que se perpetúa por los siglos”.

Un poco más adelante, en el número doce del mismo documento, nos vuelve a subrayar el gran misterio de la donación divina: “La Iglesia vive constantemente del Sacrificio redentor; y accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino en un contacto actual, puesto que este Sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado”.

Publicidad

Finalmente, martillando la verdad para que usted y yo no la olvidemos, nos advierte en el siguiente número: “Por su íntima relación con el Sacrificio del Gólgota, la Eucaristía es sacrificio en sentido propio y genérico, como si se tratara del mero ofrecimiento de Cristo a los fieles como alimento espiritual”.

Se entiende fácilmente que la Iglesia nos insista en que debemos tomar parte  en este Sacrificio “trasladado” desde el Gólgota al altar. Más aún, se entiende que la vida entera  depende de nuestra actitud ante esta donación perpetuada misteriosamente. Y se entiende que ella deba ser, la participación, algo muy profundo y espiritual.

Publicidad

El modelo de perfecta participación en el Misterio de la Eucaristía lo encontramos en María.
La Madre ofreció su vida  en el Santo Sacrificio del Calvario y en la celebraciones eucarísticas con que lo perpetuaron luego los apóstoles. Feliz por la victoria de su Hijo, pero sin olvidar lo que costó la Redención.

Consciente de que en cada Misa, como nos enseñó el Concilio Vaticano Dos, “se realiza la obra de nuestra Redención”. Es decir, la donación total de Dios a usted y a mí y a todos.