Mientras Joyce de Ginatta, desde la Presidencia del Consejo Nacional de Competitividad y de la Federación Interamericana Empresarial, se desgañita clamando por un país políticamente aburrido, Jaime Damerval, desde sus primeras actuaciones como Ministro de Gobierno y especialmente a partir de sus planteamientos y criterios bosquejados en el programa de televisión ‘Cero Tolerancia’, el domingo pasado, propicia y promete de hecho todo lo contrario.

Antes que nada debo agradecer al señor Ministro, mi querido amigo Jimmy, por la noble y afectuosa mención que hizo a la memoria de mi madre, circunstancialmente y de paso, en el preámbulo de ese programa. Luego, respecto de lo medular y de interés público que expuso, tengo que confesar lo que generalmente me pasa frente a los criterios que sostiene Damerval: Comprendo sus buenas intenciones, hasta coincido con algunos de sus fines, pero disiento de la forma y del fondo concreto de sus planeamientos.

Coincido, por ejemplo, en la necedad de una reforma política, siempre que sea adecuada, paulatina y coherente para el Ecuador. Una reforma indispensable para que, afirmada en ella, se pueda elaborar e ir aplicando persistentemente una “agenda país”, algo por lo que idealmente clama la señora de Ginatta, “para convertir al Ecuador en una nación políticamente aburrida, pero en un país generador de nuevos servicios y oportunidades”.

No creo, sin embargo, que esa reforma pueda darse en un gobierno tan débil y falto de credibilidad como el de Gutiérrez, menos aún en la parte final de su período constitucional, cuando supervive en medio de una pugna radical frente a tirios y troyanos, y mucho menos pretendiendo saltarse a la torera la Constitución
Política de la República, sustituyendo improcedentemente el Congreso Nacional por una Asamblea Constituyente, como sugiere el nuevo Ministro de Gobierno, por vía de una consulta popular que resultaría de hecho herramienta de un “sui géneris” golpe de Estado.

El ministro Damerval, lleno de buenas intenciones, imaginativo como un poeta, luchador como un titán, simpático y apasionado, se está precipitando con toda la fuerza de su exuberante personalidad. Como cuestión práctica quizá deba tomar en cuenta el adagio popular de que “quien mucho abarca, poco aprieta”. Esto porque bastaría, para comenzar, concentrarse en propiciar un cambio bien hecho, consensuado y mejor pensado, respecto del Congreso Nacional, eje del cual podrían partir luego, paulatina y constitucionalmente, los demás cambios adecuados y coherentes para una reforma política a la medida del Ecuador.

Ojalá un guayaquileño, un ecuatoriano tan valioso como Jaime Damerval, pueda dejar huella positiva de su paso por el Ministerio de la Política, al que lo han llevado, me parece, sus ansias de poder, en concordancia con su vocación de servicio público y su patriotismo. Ojalá deje de precipitarse. Y ojalá deje de buscar camorra con quien no debe, como con el Alcalde de Guayaquil, que lleva adelante una gestión municipal no solo buena sino excelente, por la que ha sido reelegido con amplio respaldo popular.