Horas antes del partido, Carlos Víctor Morales decía haber encontrado “un público menos optimista” que en ocasiones anteriores, y se preguntaba sobre los motivos de ese bajón anímico. Será como él dice, lo cierto es que nada de eso se vio en televisión. ¿Cómo se iba a ver el pesimismo en una televisión que actúa, ella misma, como si fuera la organizadora de la fiesta?

Tenemos adelante a Roberto Bonafont fungiendo de coreógrafo de multitudes, diciéndoles “vamos saltando, vamos saltando” e imponiendo el ritmo con la manos. Escuchamos la vivificante tonada símbolo de la Selección desde las cinco de la mañana hasta pasada la medianoche, 19 horas casi sin parar. Cientos de veces, en todos los canales, a todas las personas imaginables escuchamos, también desde la madrugada, vaticinios de marcadores favorables: gana Ecuador 1-0, gana 2-1, gana 2-0 con goles de Salas y Kaviedes…

Cuando juega la selección, la TV renuncia voluntariamente a la visión informativa de los hechos. Todo ese despliegue de reporteros dentro y fuera del estadio, en calles y avenidas, bares y restaurantes del país, no se hace para contarnos cómo se siente la gente con respecto al partido, sino para decirle a la gente cómo se debe sentir. “Vamos a ver, nárreme un gol del Ecuador”, es casi lo único que se les ocurre preguntar a los periodistas en medio de la algarabía; siempre el interpelado responde más o menos como aprendió en la TV: “la coge Salas la lleva la engancha coge el Tin tira y gooool”.

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Los animadores hacen gritar a las masas mientras cubren cómo las masas gritan. Por donde pasan, van animando la fiesta, por eso les parece que hay fiesta en todos lados. Por la noche, en medio de decenas de reportes ‘en vivo’ desde los lugares calientes, apenas si hay espacio para la información. Hasta la tabla de posiciones pasa inadvertida e incompleta. En vez de cubrir el rito del fútbol, la televisión lo alienta.