Hay buenas personas que podrían tener buenas intenciones, pero gozan de una evidente mala memoria. Parecen empeñadas en satisfacer y entusiasmar a los malquerientes y bloqueadores de los intereses de Guayaquil. Sabroso postre de Navidad y Año Nuevo servido a la mesa de los cultores y protectores del centralismo destructor que llegan al éxtasis con nuestras pugnas. De cuál de las dictaduras preferiríamos disfrutar para contemplar nuevamente el esmerado maltrato, la refinada animadversión y la fina humillación que sufrimos durante periodos que parecieron eternidades.

Si a las dos violentas dictaduras de los militares (1963-1965 y 1972-1979) que destruyeron las bases de la democracia, endeudaron al país a niveles inimaginables, lo disfrazaron de payaso recorriendo el mundo con aviones pintarrajeados como precursores de los grafiteros y que intentaron matar al comercio de la ciudad con gravámenes, prohibiciones y un dilatado etcétera. Acaso aquella que aplicó una reforma agraria bajo el modelo peruano que aniquiló la economía del montubio y lo obligó a emigrar a las ciudades. Las que militarizaron la Aviación Civil, perjudicando a nuestra ciudad imponiendo su eliminación de las rutas aéreas; las que reprobaban las inversiones en la Costa y aprobaban en otras regiones; las que condicionaban el apoyo a los inversionistas según la región de sus miras. Talvez las que inventaron fiestas que no corresponden a nuestra identidad y tradición, y reivindicaron el culto al coloniaje y no el aprecio y reconocimiento de la libertad. Las que centralizaron las rentas del petróleo acaparando sus recursos, autoras de la ridícula idea de colocar el primer barril de petróleo en el templete donde se rinde tributo a los héroes.

O quizá a la otra dictadura, la del populismo, la del patán de noble corazón o la de los cultores de la fuerza de los pobres que materialmente aplastaron la ciudad como un insecto. Las que fomentaron el despojo de la propiedad  legítima, medraron de ello y ayudaron al crecimiento desordenado y criminal de la ciudad. Las que se acobardaron ante quienes caotizaron los mercados y las calles rindiéndose ante el poder del sindicato de aseo de calles, que convirtió a nuestra ciudad en un albañal. Las que inundaron nuestra Municipalidad de basura humana, garroteros, malandrines, fuentes de desorden, abusos, latrocinio, negociados. Insolentes rateros y defraudadores que consumían todo el presupuesto sin dejar huella. Aquellas que una Navidad ultrajaron a los niños y sus madres de las clases menos favorecidas, arrojándoles juguetes por un tobogán, para contemplarlos desde lo alto cómo se batían a brazo partido por cualquier baratija, exponiendo a flor de piel su pobreza.

O preferimos, a una gestión pública que, sin ser perfecta y se la llame dictadura, está cargada de civismo y ha regenerado la ciudad, impuesto un ritmo, trabajo intenso que construye, proyecta futuro, propicia la educación y la cultura, y, además, da una clara muestra hacia dónde se orientan los impuestos que pagamos. Una administración a todas luces eficiente que hace que desde el ordenado edificio del Cabildo huela a limpio.

Hoy por hoy, no solo hay que ser guayaquileño para valorar la obra municipal, también hay que ser sensato, respetuoso y reconocedor de los méritos ajenos, pues a todo señor, todo honor.