Al hombre del maletín nadie lo ha visto. Nadie sabe cómo es. Si es hombre. O es la mujer del maletín. Pero todos, cuando pierden una elección en el Congreso, presienten sus pasos. Y arriesgan alguna hipótesis. Para que se olviden los motivos reales de su fracaso.

El hombre del maletín ecuatoriano se diferencia del peruano o el mexicano en que no usa videos.

Si bien nadie puede describirlo, sirve de justificación para todas las derrotas. Como la última. Y es útil para que Febres-Cordero, derrotado, se siente  a contarles a los canales de televisión, que le asedian con los micrófonos, la remota historia de un clavijazo y los cuarenta ladrones.

Los diputados, incapaces de ser autocríticos, de reconocer que el fantasma del maletín está entre sus filas, está en las estructuras verticales y carentes de democracia de sus organizaciones, entre los que escogieron irresponsablemente para integrar las listas de diputados de modo que les “traicionen” a la primera de bastos, lo buscan afanosamente entre los aliados del régimen. Prefieren ver la corrupción en el ojo ajeno.

El fantasma del maletín se resume en la incapacidad de los partidos de renovar sus liderazgos desde que se inició esta etapa democrática. En los tres mayores partidos que nacieron a comienzos de los ochenta, ninguno ha modificado su cúpula.

El fantasma del maletín es también el vacío de sus agendas políticas, la ausencia de todo proyecto, el modo cómo han convertido al Parlamento en un desvergonzado limbo en el que se asfixian todas las iniciativas de cambio.

Por lo demás, los gobiernos tienen una imaginación incalculable para disfrazar al fantasma del maletín. Puede morar y ha morado desde hace décadas, en las aduanas, actuando con unos cuantos contenedores, más aún si el diputado disidente es comerciante. Puede vestirse de Pacifictel o Andinatel, y ofrecer algunos cientos de llamadas telefónicas que dejan en el bolsillo del dirigente político jugosos beneficios. Puede ocultarse detrás del diferencial petrolero, en el Feirep para comprar deuda externa a algún tenedor de bonos cercano, en el negocio de la importación de gas o en algún fideicomiso oculto bajo la manga de la AGD.

Puede ocurrir también que el hombre del maletín ya estuvo por allí. Que no apareció en vísperas de votar por el juicio al Presidente. Que los beneficiarios de sus favores lo vienen siendo desde hace rato, y que, por tanto, era preferible dilatar los procesos del juicio, aparecer cándidos y bobos frente a las insistencias de sus líderes, hasta que pase la tormenta. “Somos disciplinados, pero no giles”, se habrán dicho.

Es evidente que ni el fantasma ni el apantallado piden abiertamente un ministerio. Aquello estaba bien para los tiempos prehistóricos de la democracia.

A estas alturas, sería demasiado burdo.

Los recursos de la corrupción son ilimitados como para actuar a descubierto. Y si son ilimitados, la única manera de combatir al hombre del maletín es atacándolo en las entrañas de los partidos políticos, reformándolos profundamente.