Todo eso contribuyó para que la crisis política de estas semanas fuese tan profunda. En esos días, en medio de la confusión política que reinaba, hubo mucha intranquilidad en las esferas donde se deciden la economía y los negocios del Ecuador.

El daño no llegó a ser muy grande, sin embargo, y sus heridas podrían restañarse casi enseguida, si sobreviniese un periodo de estabilidad.

Pero ayer Quito nuevamente se alteró, esta vez con una manifestación de empleados públicos en paro y con la marcha de un sector indígena cuyos dirigentes apoyan al Gobierno. En el Congreso, varios diputados se trenzaron a golpes y uno, en medio de la trifulca, sacó un arma en un recinto donde la fuerza de las ideas no debería necesitar de la violencia.

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Si el país acepta que se lo disputen a puñetazos algunos dirigentes políticos, querrá decir que hemos perdido la esperanza de mejores días. Nos negamos a aceptar esa perspectiva derrotista. Pero reconocemos que para evitarla hacen falta ciudadanos sensatos y decididos que hagan a sus dirigentes entrar en razón.