Mi estimada  treceañera: le agradezco que me ayude, con su sincera carta, a aclarar algunos puntos sobre este sucio asunto. Y además le confieso un secreto: me gustaría que todos los papás del Ecuador –los papás, no las mamás– les explicaran estas cosas a sus hijas.

No se debe preocupar. La píldora no dañará a sus compañeras.
Solamente afectará a mujeres –por llamarlas de algún modo– de segunda mano. A quienes saben para qué las quiso Dios mujeres, ese fármaco las fortalecerá en la convicción de que lo referente a la sexualidad no puede ser objeto de comercio.

A las otras, a las que tengan seco el corazón para apreciar la vida y el amor, sí les va a significar una herramienta más para gozar, sin aparentes consecuencias, de los placeres sexuales. Pero a usted y a sus amigas no les va a afectar. Porque saben muy requetebién, a pesar de estar recién llegadas a la adolescencia, que la afectividad y la sexualidad no son para cualquiera: son tan solo para Dios. Y por amor a Dios, también para el esposo.

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No, estimada treceañera: esta píldora tan solo puede corromper a las que ya viven corruptas. A esas sí les puede suponer un cómodo recurso –a solo siete dólares por aventura– para gozar de la sexualidad sin arriesgarse a un hijo “vivo”.

Destaco lo de “vivo” porque el fármaco en cuestión (de ahí le viene el nombre popular: “la píldora que debe usarse el día después”) ha sido fabricado para suprimir cualquier posible gestación. Es decir, para evitar que viva el hijo que quizás ya vive.

 Sus vendedores aseguran que no mata, pero no es verdad. Todo el mundo sabe que se trata de una píldora asesina. Lo que quizás no sepa todo el mundo es que para la Organización Mundial de la Salud (OMS) solo puede haber un verdadero aborto cuando ya la criatura está en “el nido”. Es decir, después de dos semanas de que ha sido concebida. Y por eso subrayan, con una caradura insuperable, que la píldora del “día después” no mata. Mata, justamente, el día después de la fecundación.

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Si no llegara a producirse la fecundación, la píldora no mataría a nadie, claro está. Mas si Dios quiso la vida, la píldora asesina a sangre fría. Y lo hace cuando el bebe está más indefenso: al quitarle el nido al bebe, lo deja, por así decirlo, “a la intemperie”.

Es esto complicado y doloroso para la mamá. Mas sobre todo es doloroso para Dios. Pues si bien alguna pobre madre, engañada por los vendedores, talvez no sea responsable del aborto, es difícil que la mayoría de las usuarias, al pedir este remedio, porque actúa justamente “el día después”, pueda obrar sin advertir el riesgo de matar a un inocente.

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Bueno mi estimada treceañera, ya debo terminar. Espero haberla complacido. Ayúdeme a pedir perdón a Dios por tantos hijos suyos – hijos como usted y yo de Dios– que muy probablemente morirán en contra de Su Voluntad.