En París, Francia, murió el jueves, a los 75 años, Yasser Arafat, el mito más grande de la historia moderna del pueblo palestino.

Se llevó a la tumba todos sus secretos y la frustración de no cumplir su sueño: fundar un estado palestino independiente, con Jerusalén como capital.

Para intentar hacerlo realidad utilizó todas las armas que le parecieron válidas, desde la lucha armada hasta las negociaciones diplomáticas. Ninguna le dio los frutos que deseaba, pero sí pusieron el tema palestino en el primer plano de la política mundial.

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El suyo no es un epitafio fácil de escribir. De él se dijo todo lo imaginable: para sus seguidores era la imagen más representativa de la lucha palestina; para los que lo detestaban, un terrorista.

Casado en 1992 con Soha Tawil, a Mohammed Abder Rauf Arafat Al Kudwa Al Husseini –apodado Yasser el Afable– le sobrevive además su hija Zahwa.

Los detalles de la vida privada de Yasser Arafat siempre fueron un misterio.

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Le gustaba decir que nació en Jerusalén, pero sus biógrafos aseguran que lo hacía para fortalecer su leyenda y que nació en El Cairo, Egipto.

Líder por antonomasia quería ser recordado más como un símbolo que como un hombre de carne y hueso.

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Tenía el talento de convertir sus fracasos en victorias y la obsesión de no compartir su liderazgo con nadie que pudiese hacerle sombra. Por eso no designó un sucesor.

Nunca fue un dirigente de escritorio y como jefe militar, muchas veces lideró acciones contra los israelíes.

Su historia está llena de hitos, pero su mayor logro fue en 1993 cuando firmó con el entonces primer ministro israelí Yitzhak Rabin los acuerdos de Oslo, que establecieron el autogobierno palestino en Gaza y Cisjordania y el reconocimiento mutuo entre Israel y la Organización de Liberación de Palestina.

Ese paso le valió ganar en 1994 junto a Rabin y al canciller israelí, Shimon Peres, el Premio Nobel de la Paz.

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Pero sus detractores dijeron que era una agresión imperdonable para los israelíes. “Después de los nazi, no conozco a nadie que tenga tanta sangre judía en sus manos como Arafat”, insistió en esos días el actual premier de Israel, Ariel Sharón.

En vida, Arafat despertó tantas pasiones, que su muerte no es suficiente para lograr un consenso de alabanzas, como sucede con otros hombres prominentes.

Musulmán practicante, luchador y político controvertido y complejo, para bien o para mal, Arafat fue sin lugar a dudas uno de los arquitectos principales de la actual situación de Medio Oriente.