“Era la primera vez que veía una bestia salvaje suelta en el escenario”. Así describía un testigo presencial la arrolladora fuerza actoral de Marlon Brando en 1947, cuando Un tranvía llamado Deseo se estrenó en Broadway. Allí su autor, Tennesse Williams,  tuvo su primer gran éxito y la pieza se convirtió en un clásico de la dramaturgia mundial.

Cuando el director Elia Kazan la llevó al cine en 1951 la película fue afectada por el agobiante clima moralista que imperaba en los EE.UU. y algo de su extraordinario impacto sensual y emotivo fue recortado por las tijeras de la censura. Más tarde, en 1993, cuatro minutos de la visión original de Kazan fueron restaurados para un relanzamiento. Esta es la versión que Diario EL UNIVERSO introduce mañana en DVD en su colección de Grandes Joyas del Cine.

Vista después de medio siglo, este tranvía se queda un tanto corto en las expectativas descritas por el testigo ocular que vio la obra teatral de entonces. Fusionar a eso una visión cinematográfica acorde conlleva una sensibilidad literaria también, donde el director está obligado a conservar el espíritu original de lo que fue engendrado y mentalizado para otro medio de expresividad artística. Pero el tratamiento liberador en la adaptación cinematográfica está un tanto ausente y la película es muy teatral. Entonces, embarquémonos en este tranvía para buscar las musas de un formidable creador de antihéroes.

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Además de un gran dramaturgo, Williams era también un poeta con una sensibilidad exacerbada hacia el sufrimiento de los seres humanos, donde su propia homosexualidad lo hizo vivir infiernos existenciales que en nuestra época parecen fantasmas de un pasado brumoso. Quizás ese es el aporte mayor de Kazan a Un tranvía llamado Deseo, donde las dos magistrales creaciones estelares: Blanche Dubois y Stanley Kowalski –en las interpretaciones de Vivien Leigh y Marlon Brando– expresan la chocante dualidad de la personalidad del creador original dividido por impulsos atávicos. Blanche, una profesora solterona con un misterioso pasado que arriba a la casa de su hermana en Nueva Orleans, nos entrega con su etérea presencia la encarnación de todo lo que el arte y la belleza pueden introducir en un ser, llevándolo irónicamente a una perpetua inexistencia que termina en la soledad y la demencia. Frente a ella está Stanley, el marido de su hermana, que es la fuerza bruta, pragmática, violenta y materialista, que inmediatamente debe someter a Blanche.

Aquí hay escenas y diálogos inolvidables que entraron a la retina del público cinematográfico y se quedaron para siempre. Vivien Leigh fue Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó, y aporta una espléndida sinceridad a su personaje. Pero, finalmente es Brando y su magnética presencia que triunfa en esta legendaria batalla de actitudes y espíritus dispares. Véanla y mediten: Tennesse Williams está hablando a nuestra época de la misma manera que a la misma sociedad que lo puso en el paredón hace muchos años.