Pudo ser determinante en la reelección del presidente Bush el hecho de que las elecciones se realizaran durante la guerra. Se tiende a votar a favor del jefe actual de la guerra porque su sustitución durante la contienda demanda en cada votante un juicio adicional a la simple elección entre dos personas que se hace en tiempo de paz. La generalidad no está suficientemente informada, no conoce los defectos del gobernante, que pudieran hacerle contener esa tendencia; sabe que sustituirlo implicará descalificación, sanción severa, que en principio pudiera alentar al enemigo común. La duda se resuelve, en principio, a favor del gobernante.
Reemplazar al Presidente de Estados Unidos en circunstancias en que la guerra continúa hubiera significado, necesariamente, un reproche a su conducción, descalificarlo. Casi la mitad de los ciudadanos pensó que lo merecía. Para muchos equivocados, para quienes la guerra convencional ha concluido, y terminado con la victoria, había que premiar a su Presidente. Para todos, una segunda guerra seguiría librándose: contra el terrorismo, pero esta nueva confrontación dividiría más al electorado entre quienes creen que puede derrotárselo bombardeando países enteros, como se ha hecho y posiblemente se volverá a hacer, y quienes consideran que este enemigo distinto, que no da la cara y que se jacta de esconderse y de huir, requiere otra conducta y procedimiento.

El norteamericano común votó ante una cuestión: ¿Es preferible, durante la guerra, seguir conducido por un presidente que, si se equivocó, puede ser inducido a rectificar; o es conveniente sustituirlo en este momento? A eso habría aludido el senador Kerry cuando preguntó: ¿Por qué cambiar al guía mientras se cruza un río?, respondiendo él mismo: Porque el río desemboca en un abismo o cascada.
La cita no es textual porque fue una de tantas declaraciones que no es posible memorizar, pero esa fue la idea. Entiendo que él percibió que este era su principal obstáculo; que en resumen dijo que no se justificaba cambiar al presidente Bush si el río desembocara sin riesgo, pero que sí se justificaba cambiarlo si la guerra conduce a un insondable y envenenado abismo. Es remarcable que las ciudades afectadas por los atentados terroristas votaran mayoritariamente a favor del Senador.

La contienda Bush-Kerry fue una repetición de la confrontación Gore-Bush, a ser decidida por los votos estatales, no por los votos individuales, en la cual otra vez un solo Estado fue determinante. Harán bien los Estados en distribuir sus votos proporcionalmente entre los candidatos y no seguir adjudicándoselos al vencedor, y en unificar el instrumento de votación. El Presidente no tiene base para jactarse de una victoria mayúscula. Al contrario, un 3% de diferencia lo hace dueño de una victoria preocupante. Los hechos muestran a una nación guerrera dividida en función de la guerra. El senador Kerry estaba en desventaja, además, porque inicialmente, ante la gravedad de los atentados terroristas, fue imposible oponerse a la guerra en Afganistán, refugio de las bases terroristas. La guerra fue decisión unánime. Después, sí fue posible oponerse a la guerra contra Iraq, o hacer reparos. El Presidente presentó este cambio justificado de posición como propio de un hombre indeciso, minando en la mente del hombre común la imagen del Senador, cuando la posición errada es la del Presidente, para quien la virtud es no rectificar y seguir bombardeando; siendo en verdad el defecto llamado terquedad.