El director húngaro Michael Curtiz imprimió a Casablanca (1942) un toque cosmopolita que se desprendía de una obra teatral desconocida –literalmente– porque nunca se estrenó. Los productores de la película la utilizaron como base para el guión. Mucho se ha hablado de esto, porque la película seguía siendo escrita mientras se filmaba y los protagonistas no sabían del desenlace hasta los últimos momentos. Frases que pasaron a convertirse en el léxico popular se inventaron en la locación, lo que causaba en el equipo de producción ataques de nervios que finalmente se encauzaron en la ingeniosa frescura de la trama.

Nadie fue a la verdadera Casablanca en Marruecos a filmar nada, todo era recreado en esa luminosa fotografía en en blanco y negro de la época, en los propios estudios de la Warner.

Allí el eje central está en Rick’s Café, el night-club que regenta el aventurero interpretado por Humphrey Bogart. Durante la guerra, Casablanca era un nido de refugiados europeos cuyo único sueño era el esperado vuelo a EE.UU. En el mercado negro el gran negocio eran los documentos requeridos para poder hacerlo y solo por esto había muertos y heridos. Además, allí se juntaban las milicias del ejército nazi junto a franceses, italianos, británicos y exóticos seres de todas las latitudes. Ese elaborado menaje se juntaba todas las noches bajo la tutela de Rick con las susurrantes melodías de Sam (Dooley Wilson) en el piano.

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Allí escuchamos por primera vez la inmortal As time goes by en el momento en que su viejo amor parisino, la resplandeciente Ilsa (Ingrid Bergman) entra al sitio, acompañada de su marido Víctor Laszlo (Paul Henreid), un héroe de la resistencia de Checoslovaquia. Ambos están tratando de escapar a América.

Bogart y Bergman crean momentos imborrables en Casablanca. El hombre duro del cine negro norteamericano llegó a esta película con todavía más duras credenciales de sus películas anteriores –de él también veremos próximamente El halcón maltés (1931) en la colección de EL UNIVERSO– donde impuso un estilo característico. Esto ha sido el molde para algunos héroes del cine moderno, incluido el duro de matar de hace pocos años, Bruce Willis. Pero la hipnótica sonrisa de la sueca Ingrid Bergman lo derrite todo. Su rostro domina el filme con el brillo de una personalidad incandescente, que humanizaba tremendamente su innato glamour. Alrededor de ellos está una pléyade de luminarias en papeles secundarios que se roban el show en cada aparición, como Claude Rains en el papel del Cdte. Renaud, amigo de Rick, con el cual se cierra la historia.
Estrenada en Los Ángeles en 1942 durante el Día de Acción de Gracias, Casablanca entretuvo al gran público en medio de momentos delicados, cuando el presidente Roosevelt definía su política frente a una dividida Francia, en medio de la debacle europea en la II Guerra Mundial. La película pudo servir para entibiar álgidos momentos diplomáticos entre EE.UU., Inglaterra y Francia. Meses después, a principios de 1943, se dio la conferencia entre Roosevelt, Churchill, De Gaulle y el Gral. Henri Giraud en Casablanca. La guerra tomó otro giro, porque esta vez sí se había consolidado una estrategia conjunta en la batalla contra Hitler. Los grandes estadistas nunca se juntaron en Rick’s Café, pero As time goes by (Mientras el tiempo corre) debió estar en sus cabezas cuando se daban la mano.