Ahora se puede apreciar –después de las elecciones recientes– que lo que antes pudiera haber sido percepción nada más, ahora es realidad: el presidente Lucio Gutiérrez tiene balance negativo. Grosso modo, por las elecciones seccionales su trabajo presidencial ha perdido el triunfalismo al que tantas veces se ha referido. Sus actitudes y amenazas fuera de tono –siempre con ribetes castrenses– constituyen un rasgo de su personalidad no preparada para el mando político y económico del país.

Los políticos son lo que su contorno es. Como el Presidente está rodeado de familiares, corchetes, esbirros y alguaciles, no llegará a conocer la realidad del país en todas sus circunstancias. No es que necesite a su lado al abogado del diablo, pero sí un consejo de políticos con pensamiento divergente que le hagan ver las consecuencias y efectos de lo que ha dicho, lo que quiere decir y aquello que no debe, o no debió decir...

Si el Presidente quisiera retroceder necesitará reconstruir los puentes que ha quemado por su evaluación confusa de lo que es el poder político; dependerá de lo que planifique para los próximos dos años. Sus asesores  –al menos los que asoman en público– lo que conseguirán es estirar el perfil negativo de su cliente. ¿O es que acaso creen que buscando la crítica negativa reducirán la oposición política? Absurdo.

El resultado electoral es una lección que bien repasada puede servir para comprender el nuevo panorama. Las actitudes políticas y el ambiente gris creado ha dado lugar a que salgan a la superficie nuevos grupos de presión, que luchan por el poder con los vitalicios tradicionales y el petróleo como aglutinante. (El petróleo es elemento económico, pero tiene alto valor político: es un producto de alta demanda y necesidad global; por su poder surgen y caen gobiernos, y es generador de dinero que estimula la codicia de las grandes instituciones financieras que luchan por transformar y dominar el mundo. Entendido que en este conglomerado también entran al juego el terrorismo y la violencia).

En los próximos dos años no será fácil –si es que acaso se lo intenta– cambiar la sustancia administradora del Gobierno. No habrá fabricante de imagen que lo consiga. La falta de credibilidad en el actual Gobierno es notoria y sensitiva –no obstante la participación del Presidente durante el periodo de proselitismo, que privó de transparencia al proceso–. Será difícil recuperar los errores administrativos y de política directriz hasta ahora cometidos. De otro canto, a la amalgama opositora le convendría este “viento en contra” que sirva para reagrupar fuerzas para la campaña del 2006. Los débiles se unirán a los más fuertes; otros podrán ver su figura en la palestra; muchos estarán desilusionados o serán canibalizados. A lo mejor emergen figuras de relleno que ingresen al coro del nuevo escenario.

La novedad es que la batalla electoral ha dividido la opinión entre dos tendencias principales: PSC e ID; lo cual significaría que ambos tienen la posibilidad de luchar por atraer a los otros componentes de la votación.

Mientras tanto continuará el desgaste económico, y la lucha por el negocio de la energía y la toma de otros negocios del Estado considerados estratégicos.