Mientras la ciudad duerme, Carlos Édison Barragán recibe a los pacientes de emergencia.

Para encontrar a Carlos Édison Barragán en el hospital Luis Vernaza se debe ir al lugar en la noche o madrugada, pero aún así a él le resulta imposible atender visitas. Su trabajo es constante, requiere de concentración y prisa, pues la vida de las personas que llegan a emergencia está en sus manos por instantes.

Él es uno de los camilleros nocturnos más antiguos de la casa de salud. Hace 18 años toma su turno a las 23h00 y lo deja a las 07h00 del siguiente día. Cuando se le pregunta por las dificultades que puede producir en su vida este horario, elude el tema con una respuesta corta: “Es cuestión de costumbre”.

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No obstante, luego de unos minutos de silencio, él retoma la conversación para agregar que lo terrible es trabajar el 31 de diciembre.

Relata que ingresó en 1979 a laborar en el hospital, que es regentado por la Junta de Beneficencia de Guayaquil. Es oriundo de Bolívar, tiene 50 años y 30 de ellos radicado en esta ciudad.

Su labor antes de ser camillero nocturno también estaba vinculada a la atención a los pacientes, en diferentes áreas que prefiere no describir. “Tuve una oportunidad aquí, y me quedé”, dice refiriéndose a los 25 años de trabajo en el hospital Luis Vernaza.

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El camillero precisa que su labor requiere de serenidad y fortaleza ante el dolor humano del que a diario es testigo, especialmente con heridos en accidentes. Además, señala que la equidad es importante, “todos los pacientes necesitan atención, no hay privilegiados ni discriminación por razas o religiones”, dice.

Aunque su jornada nocturna lo agota, estos días Carlos Édison Barragán regresa en las tardes al hospital para visitar y apoyar a su abuela enferma, Mercedes Barragán, interna allí.

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En una de esas visitas conversa con EL UNIVERSO y relata que lo que más le preocupa son las difíciles condiciones en que a veces deben laborar en la casa asistencial.

“Aquí trabajan unas 1.000 personas”, pero los pacientes son numerosos y los camilleros a veces insuficientes. “En ciertas noches, somos dos parejas para atender a todo el hospital”, comenta al reiterar que el mayor movimiento está en el área de emergencia.

Agrega que las otras salas, igual que la que a él le ocupa  –acondicionadas para 30 o 40 pacientes– resultan insuficientes para la demanda, ya que este hospital no solo atiende a los enfermos de Guayaquil sino de todas las provincias del país.

Carlos afirma que comparte su experiencia con sus compañeros, especialmente con los más jóvenes. “Tengo que enseñar a los recién ingresados cómo manejar al paciente. Eso es todo un arte, los movimientos son diferentes según el enfermo, no es lo mismo alguien que llega con fracturas que el que está lleno de sondas”, menciona para dar una idea de lo que sabe.

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