…podían hacer los sonidos ensordecedores que en ese momento se estaban escuchando. ¿Serían tal vez Maikel y su triceratops? ¡Se estaba volviendo loco! Su imaginación no podía ser tan fuerte hasta el punto de convertir sus mágicas ideas en un cuento de verdad. Es que ni siquiera podía distinguir ya lo cierto de lo irreal. Pero, ¿qué debía hacer? ¿Ir en busca de su hoja en blanco o descubrir aquella incógnita que se movía entre los árboles? No podía escoger y, en ese lapso de indecisión, otras cosas sucedían… Todo a su alrededor daba vueltas.
Debía ir en busca de la hoja, antes de que la tierra se hundiera bajo sus pies o antes de que el trueno, que resonaba esporádicamente, desapareciera por completo. Corría hasta su casa, corría y corría... Pero el camino era tan largo, interminable… De pronto encontró aquello que en ese momento tanto anhelaba y que a la vez destrozaba sus sentidos, ¡un papel en el bosque! ¡No podía creerlo! Todo se movía a la velocidad de la luz, pero aquella hoja en blanco permanecía inmóvil en su lugar. Era como un inimaginable remolino con una intacta neblina transparente como núcleo. La cogió con todas sus fuerzas en medio de las infinitas y escondidas ideas de Maikel y del triceratops, que sin haberse dado cuenta habían estado corriendo detrás de él desde el mismo momento en que oyó el nunca antes escuchado sonido. ¡Claro, esa era la razón por la cual seguía corriendo, escapando! ¡Esa era la huella, esa era la razón del caos, esa era su historia, de la cual había estado huyendo sin encontrar la salida. Pero como en los maravillosos cuentos, al fin la encontró en el lugar y en el momento insospechado! ¡Qué paradoja más espléndida son las letras!