Perfeccionista y meticuloso, a sus 42 años, Tom Cruise decidió dejar a un lado los papeles de adolescente bueno con los que ha triunfado en Hollywood en las últimas dos décadas para debutar como el villano de la historia en el filme Colateral, un thriller sombrío y elegante, dirigido por Michael Mann. En él, Cruise se viste con eficacia de Vincent, un asesino a sueldo contratado por un cartel de narcotraficantes que están a punto de ser enjuiciados, para que mate en la víspera a los testigos principales.

Vincent establece relación con Max,  un cándido taxista al que obliga a acompañarle en sus crímenes durante pocas horas en una fatídica travesía nocturna. Pero casi de inmediato Max se da cuenta de que Vincent es un asesino a sueldo, y que al conducirlo a los lugares donde hace sus “trabajos” se están convirtiendo en cómplices. Entonces, el sagaz taxista deberá buscar el modo de liberarse de su mortal pasajero antes de que la policía los atrape.

Para su nuevo registro, el director ha transformado físicamente al actor en un hombre canoso y con barba de varios días, logrando un look muy diferente al que Cruise tiene acostumbrados a sus admiradores. Lo notable del caso es que el actor muestra en esta cinta dotes desconocidas. Se amolda  de muy buena forma a su nuevo perfil y forja uno de los mejores personajes de su carrera.  El guión es soberbio y la construcción de los roles es excelsa. El personaje de Cruise, Vincent, es demoledor, cínico, frío, solitario, un asesino con  temple con un código moral sui géneris, como se evidencia en estas líneas del guión: “Lo mataste”, le dice el taxista en un momento de la película, al ver caer un cadáver sobre el techo de su vehículo. “No, le disparé –responde Vincent–. Las balas y la caída desde la ventana lo mataron”. Vincent se mueve como un lobo solitario y letal, prometiendo acción y adrenalina. Jamie Foxx encarna al taxista soñador, cuya vida está siendo arrasada por la pátina del tiempo mientras se dedica a hacer planes para un futuro perfecto; un rol enorme en el que Foxx da magníficamente la talla y da batalla como la contraparte de Cruise, demostrando una sólida evolución desde que lo viéramos en Any Given Sunday y más recientemente en Ali.

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Este filme lo consagra definitivamente y con justicia como un actor serio. Pese al buen ritmo y lo dramático que pueden resultar algunas escenas y tiroteos, la cinta se deleita en el cinismo, la desesperanza, el humor negro y la profundidad de cada uno de sus diálogos.

Lo único que quizás podríamos objetar de esta buena realización es el final que, aunque a muchos de seguro les parecerá un cliché, está muy bien llevado: el personaje malévolo terminará mal, tal y como dictan las fórmulas hollywoodenses.
Un hecho infranqueable para evitar que la imagen del venerado divo no solo no resulte antipática o repelente en el contexto de la historia, como sería lo común en estos casos, sino que, por el contrario, brille intensamente en cada fotograma.

Pero este convencional desenlace no invalida la calidad de todo lo anterior. Mann hace un retrato penetrante e insólito de la noche deshumanizada de Los Ángeles, de sus sofisticados antros, de sus edificios hipermodernos, de barrios sórdidos e inquietantes, de soledades palpables. Si el escenario y la atmósfera están perfectamente capturados, la relación entre el cínico y arrogante killer y el simpático pero indefenso taxista resulta tan intensa como magnética.

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El tema no es original, el Hollywood más aparatoso y hueco abusa con frecuencia de este tipo de argumento, pero en este caso el cineasta que está detrás de la cámara (video digital de Alta Definición) y va a narrar esta crónica violenta y turbadora nos ofrece una garantía sólida de que la zarandeada va a tener cuerpo y alma, de que la sanguinolencia no va a ser gratuita, de que personajes, ambientes y diálogos van a tener fondo y fuerza. Mann es uno de los directores más interesantes del cine norteamericano actual, un artesano en el mejor sentido de la tradición, que filma con brillantez y talento. Es el autor de tres películas inteligentes: El último mohicano, Heat y El dilema. Así, una vez más, Mann supera las expectativas y durante 90 minutos nos brinda cine del bueno, del clásico.