Bueno ya sabemos –con pocos votos más o menos, tras el “conteo rápido” siempre prometido y fallido–, cómo se integrarán desde enero del 2005 los gobiernos seccionales. Ya está avanzado, además, el análisis político de las nuevas correlaciones de fuerzas y de las expectativas electorales para el 2006. Y ya tenemos que adoptar, sin dilaciones, las actitudes que todo esto nos impone.

A todos nos demanda, en primer lugar, respeto y aceptación democrática. Lo cual incluye tener en cuenta que los actuales gobiernos seccionales, también los de sectores perdedores en las elecciones del domingo pasado, tienen derecho a seguir gobernando por tres meses más; y que los ciudadanos tenemos la obligación de seguir colaborando democráticamente con ellos para el bien común.
Nada de esas actitudes inciviles que se han dado en uno que otro lugar, afortunadamente de modo excepcional, pretendiendo obstruir las labores de algún gobierno seccional en funciones y aun hasta defenestrarlo.

Lo mismo y con mayor razón debemos decir en lo que atañe al Gobierno Nacional, que le corresponde presidir al coronel Lucio Gutiérrez por dos años más, por más que él, indebida y ciegamente, haya comprometido su dignidad y su función de Jefe de Estado, rebajándolas a las de jefe de campaña y gallo de pelea en una lid electoral de ámbito seccional. Ni el Ejecutivo ni el Congreso Nacional han cambiado ni pueden cambiar su composición –ojalá sí sus actitudes– sino tras las correspondientes elecciones nacionales del 2006.

Si el Presidente de la República ha quedado maltrecho, “como gallo desplumao,/ mostrando al compadrear/ su cuero picoteao”, según prosigue el tango al que aludí en mi artículo pasado, con mayor razón le toca al Congreso de la República darle democráticamente una mano. No por Gutiérrez, personalmente, sino por la República a la que ambos poderes complementarios se deben. Y eso no es cuestión de clamores públicos de diálogo, que parecen manotazos de ahogado y gozan de la incredibilidad que hoy cosecha la devaluada palabra presidencial. Pero tampoco de desplantes de vencedores irresponsables, con señales de obstruccionismo radical y hasta con amenazas de defenestración apresurada.

Ahora lo que corresponde, tras las elecciones seccionales y sus proyecciones políticas, es cumplir. Para los nuevos elegidos en provincias, cantones y parroquias, trabajando honradamente y del mejor modo posible, colegiadamente, democráticamente. Y para los reelegidos, seguir cumpliendo cada vez mejor, como en Guayaquil, paradigmático buen ejemplo que es y que está dando frutos de emulación en toda la República.

Y cumplir también a nivel nacional, en especial los vencedores actuales y los que esperan serlo en las elecciones “grandes” del 2006. ¿Qué república van a recibir, qué país, qué problemas políticos, económicos y sociales agigantados si no colaboran de verdad para el bien común? Hechos, no palabras. Rechacen, si les parece, el diálogo público. Hasta muéstrense agresivamente los dientes, si lo creen una buena estrategia electoral. Pero, de hecho, colaboren positiva, constructivamente en favor del Ecuador y su gente.