Desde el inicio de la guerra, los estrategas del Pentágono no han logrado suministrar suficientes tropas, blindaje y entrenamiento a los jóvenes varones y mujeres que valerosamente están arriesgando sus vidas por su país.

The New York Times publicó el siguiente editorial en su edición del martes 19 de octubre:

Desde el seguro punto de ventaja de Estados Unidos, resulta muy difícil imaginar los temores e inquietudes que impulsaron a 18 reservistas del Ejército de Estados Unidos, en un pelotón en Iraq, a desobedecer órdenes para entregar un embarque de combustible a una distante base aérea en el corazón de una zona insurgente, la semana pasada. Los soldados en combate no pueden elegir y decidir sus misiones, sin importar cuán graves sean los riesgos que les piden enfrentar. Las órdenes directas y legales deben ser obedecidas. Sin embargo, quienes dan las órdenes y los funcionarios civiles del Pentágono que están dirigiendo esta guerra también enfrentan responsabilidades ineludibles. Entre ellas está la de asegurarse que todas las unidades enviadas a misiones peligrosas tengan el equipamiento y respaldo que necesitan para lograr sus asignaciones y regresar de manera segura.

Los detalles particulares del incidente de la semana pasada, incluyendo alegatos en el sentido de que el pelotón había recibido órdenes de salir en camiones inseguros y sin una apropiada escolta armada, se siguen investigando. Algunos parientes rindieron testimonio del patriotismo y valentía de los hombres y mujeres involucrados, e informan que los soldados les habían comunicado anteriormente de esfuerzos fallidos con miras a llamar la atención de oficiales al mando sobre problemas crónicos de equipamiento.

Cualesquiera que resulten ser los hechos concernientes a esa unidad de la Compañía 343 Quartermaster, con base en Carolina del Sur, es dolorosamente claro que, desde el mismo inicio de la guerra en Iraq, los estrategas del Pentágono no han logrado suministrar suficientes tropas, blindaje y entrenamiento a los jóvenes varones y mujeres que valerosamente están arriesgando sus vidas por su país.

Son estos soldados e infantes de Marina, tanto en deber activo como en unidades de la Reserva, quienes han pagado el precio por la defectuosa visión del secretario de la Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, de una guerra con bajos recursos, en la que se juzgaron de manera desastrosa las duras realidades de la ocupación de Iraq. Al pasar empecinadamente por encima del juicio correcto y profesional de la dirigencia del Ejército sobre cuántas tropas harían falta para asegurar el país, el Pentágono permitió que el caos y la resistencia llegaran a un crucial inicio ventajoso. Los catastróficos efectos siguen con nosotros hoy día.

Desde entonces, con todo y la promesa en público del presidente Bush “de darles a nuestras tropas todo lo que sea necesario para completar su misión con la máxima seguridad”, fuerzas estadounidenses en Iraq han estado plagadas por una paralizante carencia de tanques, vehículos blindados y refacciones. El diario The Washington Post informó esta semana que a finales del año pasado, cuando el teniente general Ricardo Sánchez era el máximo comandante militar en Iraq, le advirtió al Pentágono que una desesperada falta de refacciones ponía en peligro futuras operaciones de combate. La situación ha mejorado un poco desde entonces, pero sigue estando bajo mucha presión.

Cuando decenas de miles de tropas frescas fueron enviadas a Iraq este año, algunas de las divisiones del Ejército y la Marina llegaron sin sus vehículos blindados. Eso reflejó fiel y tontamente la bienintencionada opinión de que la insurgencia ya se estaba desvaneciendo. Unos cuantos meses más tarde, cuando los combates, de manera predecible, estallaron de nuevo, muchos de los recién llegados que viajaban en Humvees sin blindaje descubrieron que estaban peligrosamente expuestos. Se llevó blindaje de inmediato, pero algunos vehículos, incluyendo aquellos del pelotón que se negó a salir la semana pasada, siguen sin él. El lanzamiento de reservistas sin entrenamiento al combate de la contrainsurgencia, incluyendo unidades de aprovisionamiento y respaldo como la que estuvo en el incidente de la semana pasada, ha sido otro de los problemas crónicos de esta guerra.

Ninguno de estos puntos aminoran la seriedad de la negativa de los soldados uniformados para llevar a cabo órdenes legales. Un Ejército en el que la disciplina se rompe no puede lograr su misión ni proteger a sus propias tropas. Una vez que los hechos se hayan establecido, los hombres y mujeres que se negaron a ir en la misión pueden esperar ser llamados a rendir cuentas. Al parecer es mucho menos probable que Rumsfeld y sus socios civiles tengan que responder alguna vez a sus flagrantes errores de planeación, imaginación y liderazgo.

© The New York Times News Service.