A pesar de que Marcela es una empresaria y Alicia una obrera, ambas comparten sentimientos encontrados hacia la industria que las dejó desempleadas hace un año.

Las dos trabajaban en una fábrica en Tequisquiapán, un pequeño rancho ubicado en Querétaro –centro de México– que elaboraba ropa para varias tiendas de departamentos en EE.UU.

Trabajaban en una maquiladora, es decir una planta que convertía las materias primas importadas desde EE.UU. y otros países en ropa de marca que se vendía después en las estanterías del otro lado de la frontera a un valor de 10 y hasta 20 veces superior al que pagaron por su confección en México.

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Las tiendas obtenían ganancias más altas al aprovechar las ventajas que México ofrecía: pagar la quinta parte del salario que un obrero gana por el mismo trabajo en EE.UU., la cercanía hacia los mercados donde se venden las prendas y las facilidades otorgadas por el Gobierno para no pagar impuestos por la importación y exportación de productos.

Aunque las maquilas existían desde inicios de 1960, este tipo de industria creció aceleradamente con la llegada del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre EE.UU., Canadá y México, en vigencia desde 1994. En el 2000, llegaron a funcionar a lo largo de la frontera e interior del país 3.600 plantas, en las que trabajaba un millón de obreros.

La gente de Tequisquiapán estaba contenta porque tenía trabajo y aunque les pagaban poco (unos 100 dólares al mes por 48 horas de trabajo semanales) los hombres y mujeres dejaron de emigrar masivamente a EE.UU.

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“Pero todo se acabó por la culpa de los chinos”, dice Alicia, madre de tres hijos, que al igual que sus 85 compañeros y otros 280.000 obreros perdieron su trabajo entre el 2000 y el 2003.

“Cuando me despidieron me dijeron que las tiendas iban a comprar ropa hecha en China porque les pagaban la mitad que a nosotros”, recuerda Alicia, de 30 años.

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“El problema fue que nunca nadie se preocupó por exigirles a los empresarios extranjeros la obligación de comprar los productos hechos en México, por lo menos durante 10 años consecutivos”, recalca Marcela (50 años), quien era la dueña de la maquila en Tequisquiapán. “De un día al otro los inversionistas se fueron y nos dejaron con todo montado, no nos quedó más que liquidar a todos”.

Ahora, Marcela trabaja en un centro de llamadas en Ciudad de México.

Tanto Alicia como Marcela piensan que a pesar de las críticas de los grupos de derechos humanos que exigen mejores condiciones en las fábricas, las maquilas son algo bueno para México.

“Lo malo es que nadie pone reglas”, dice Marcela.

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“A mí me gustaba mi trabajo cociendo y cortando, lo malo es que duró solo seis años”, comenta Alicia, quien no sabe leer ni escribir aunque adquirió destreza en la costura.

Para varios investigadores, la historia de las maquiladoras en México ha sido un arma de doble filo en el desarrollo económico de México.

“A mí me parece que la adopción de un modelo como la maquila debe ser muy bien pensado”, dice Cirila Quintero, investigadora del Colegio de La Frontera Norte. Para Quintero, la maquila en sí misma no genera desarrollo, pues tiene una vida limitada y depende de los proyectos de las transnacionales.

Entre los impactos negativos que la investigadora cita está el debilitamiento sindical que ha sufrido México.

En diciembre de 2001, 22 mujeres fueron despedidas de la planta de partes electrónicas Delphi Delco Electronics en Reynosa, frontera con EE.UU. Todas estaban embarazadas y demandaron a la compañía. Ganaron el juicio.

Para quienes todavía trabajan en las maquiladoras que quedaron –alrededor de un millón de obreros– la vida en las fábricas varía dependiendo del empleador.

Alma Salvador que labora en la planta Sony en la ciudad fronteriza de Nuevo Laredo, dice que su empresa tiene buena reputación por respetar a sus trabajadores. No obstante, para subsistir debe donar su plasma sanguíneo a bancos privados que abastecen a hospitales en EE.UU. Ella recibe 30 dólares por la primera extracción y 10 por cada donación posterior.

“Sin que me saquen el plasma de todos modos ya me estoy muriendo de pobre”, dice sonriendo Salvador.

80% NIVEL DE VIDA
Porcentaje en el que han perdido su poder adquisitivo los salarios mexicanos en los últimos 20 años, por la inflación. La canasta básica que una familia de tres personas necesita para vivir en México, durante una semana, llega a 55,17 dólares.

45 SALARIO
En dólares, el salario mensual que recibe Alma Salvador por trabajar 48 horas a la semana en una maquiladora de Sony.

530 DESEMPLEO
El número de maquiladoras que, según las Naciones Unidas, dejaron México entre el 2000 y el 2003. Se trasladaron a China, Centroamérica o el Caribe, en donde la mano de obra es más barata.