¿Casualidad? El último día de campaña electoral, la Selección nacional jugaba como visitante contra Venezuela. Como bien sabemos, el fútbol siempre es propicio para el proselitismo político. También en las elecciones presidenciales del 2002, el último día de campaña coincidió con un partido internacional y vimos al entonces candidato Lucio Gutiérrez vistiendo la tricolor y abrazando a Álex Aguinaga. En esta ocasión, quien mejor aprovechó el calendario balompédico fue el Prian, gracias a la incondicional colaboración de Canal Uno.

Canal Uno había anunciado el inicio de su transmisión futbolística desde Venezuela para las cinco de la tarde. Resultó ser una propaganda engañosa, pues lo que a esa hora encontró el aficionado no tenía nada que ver con el fútbol: era la transmisión “en vivo y en directo” de la caravana motorizada del Prian. Una decena de caravanas motorizadas de distintos partidos tenían lugar a esa misma hora en distintas ciudades del país, pero Canal Uno transmitió la del Prian como si fuera la única.

Durante 17 minutos, una cámara fija instalada en una esquina de la calle Tungurahua registró el paso de los vehículos con banderitas que decían “Lista 7”.
Mientras tanto, la voz en off del reportero repetía, una y otra vez, la ruta de la caravana y la hora y el lugar de la concentración, hablaba de la gran magnitud de la marcha y de sus características festivas. Esto no era televisión: era perifoneo.
Los mensajes del periodista de Canal Uno eran los mismos que nos enviaría uno de aquellos carros de campaña que recorren la ciudad con un megáfono. 

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Al día siguiente, 24 horas después de entrada en vigencia la ley que prohíbe cualquier manifestación pública susceptible de interpretarse como proselitismo político, Rodolfo Baquerizo dedicó casi las tres cuartas partes de su noticiario a una entrevista con León Febres-Cordero. “Castiguémoslo (a Lucio Gutiérrez) de alguna forma: con el voto”, proponía sin tapujos el ex presidente, mientras Baquerizo parecía poner los cinco sentidos en complacerlo.

El día de las elecciones, en la cadena Voto 2004 (TC y Gamavisión), vimos a Sandra Grimaldi siguiendo a los líderes socialcristianos de un lugar a otro de la ciudad de Guayaquil. En una espectacular batalla por el protagonismo, se batía contra Tania Tinoco, de la cadena rival, para atraer la mayor atención de los entrevistados (Nebot, Lapentti, Febres-Cordero). Estos parecían ir a donde ella estaba y ella era siempre la que mejores oportunidades tenía de preguntar en medio del mar de micrófonos. ¿Y qué preguntaba? Cualquier cosa que diera a los personajes la posibilidad de explayarse a sus anchas. Así, por ejemplo, si Nicolás Lapentti se había pasado tres días despotricando contra la campaña de Gloria Gallardo (una campaña mentirosa, según él), Sandra Grimaldi se liaba a codazos con trescientos periodistas para preguntarle: ¿qué opina de la campaña de Gloria Gallardo?

Que la televisión fue utilizada como instrumento de proselitismo político en estas elecciones (quizá más que nunca antes) es una evidencia que ninguno de los canales vinculados a un partido se molestó en disimular. A nombre de la libertad de expresión, un puñado de periodistas atentó impunemente contra nuestro derecho a una información no comprometida. ¿No es lo mismo que ocurre en Venezuela? Esta es, quizás, una de las principales lecciones que nos deja este proceso electoral: que la televisión es uno de los puntos frágiles de nuestra democracia.

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