Durante la campaña, Jimmy Jairala dijo en una entrevista de televisión que su candidatura le había permitido salir a las calles y ver la realidad; así se dio cuenta de que en Guayaquil hay problemas sociales importantísimos, que las últimas administraciones municipales no han resuelto.

No entiendo qué clase de periodismo pudo haber hecho Jairala los últimos años si recién ahora se decidió a conocer la realidad.
Durante mucho tiempo lo único que le escuché fueron repetidos elogios para la obra física de Febres-Cordero y Nebot.

Hay gentes  que son así, que viven alejadas del mundo real. Pero bueno, es su problema; lo malo es cuando contribuyen a crear un sistema de caza de brujas, como también hizo Jairala,  que  funciona muy bien en nuestra ciudad: en Guayaquil solo se puede aplaudir lo que se ha hecho, porque supuestamente todo es perfecto… hasta que uno se vuelve candidato.

No comparto ese sistema. Guayaquil ha progresado en el último decenio, con obras que han transformado radicalmente su  imagen arquitectónica; pero no necesito ser candidato para afirmar que todavía el cambio social, el que realmente importa, no cuenta ni de lejos con bases sólidas que lo sustenten.

Eso no quiere decir que la administración de Nebot no haya incorporado algunos programas sociales de cierta significación. El proyecto desarrollado con ayuda europea en Bastión Popular no ha sido difundido por nosotros los periodistas como se debiera; y el plan de educación masiva Aprendamos apenas ha comenzado a mostrar sus frutos. Pero son gotas de agua dulce en un mar de desesperanza.

Por eso me dirijo al alcalde electo, para decirle que hay áreas descuidadas y que requieren de atención prioritaria y urgente: por ejemplo, educación, agua potable, alcantarillado y seguridad ciudadana.

No es cierto que estas no sean responsabilidades del alcalde.
Todo lo que tenga que ver con la calidad de vida en una ciudad es tarea de su Municipio. El Cabildo ha hecho bien en preocuparse por la promoción del turismo y el costo de la electricidad, pero mayor compromiso tiene de reasumir su obligación de vigilar que Guayaquil cuente con un sistema de alcantarillado y agua potable decente, a precios razonables, corrigiendo el error  de desprenderse olímpicamente de esa tarea.

Del mismo modo ocurre con la educación. Hace  mucho Guayaquil tuvo municipios que se preocuparon de la calidad de las escuelas y maestros de la ciudad. Ahora es como si no nos importase. Invertimos decenas de millones de dólares en túneles y malecones, algo que está muy bien, pero no gastamos en pizarrones y pupitres. No desearía que me contestasen que el Municipio va a mejorar los servicios higiénicos de algunas escuelas. Lo que aspiro es a que hagamos algo por la calidad de nuestra educación elemental, sin la cual no habrá progreso económico ni desarrollo social.

Asimismo, Guayaquil está abandonada a los delincuentes, y eso no va a cambiar mientras no reconozcamos que además de una increíble falta de recursos, la Policía sufre del cáncer de la corrupción. Allí es necesario introducir un bisturí moral, y a un buen alcalde no debería temblarle la mano para insistir en que se lo haga.