La palabra votar, en el escenario de unas elecciones, parece una palabra común. Palabra que cae como cae cualquier cosa, como cae la lluvia, como resbala una piedra. Pero no, es una palabra cargada de significados, cargada de intenciones, cargada de responsabilidades. Para empezar, la palabra votar indica el momento supremo, sagrado, en que te haces cargo de tu destino, de tu familia, de tu ciudad, de tu país. Después podrás llorar, lamentarte, halarte los pelos por lo mal que van las cosas, por las mentiras, por las traiciones, porque los políticos te han engañado, porque el pueblo sigue pobre, porque las cosas no cambian. Pero, ¿te has detenido a pensar, si tú también no eres causa de aquello que reclamas? ¿Si tú has reflexionado tu voto, si tú has premiado o castigado con él a los que te mienten siempre, a los que se burlan de tus aspiraciones, a aquellos que creen que las arcas del Estado son sus bolsillos personales, a aquellos que utilizan la fuerza potente del país para aupar a su familia, a sus hijos, a sus conocidos?

No, votar no es cosa fácil. Parece sencillísimo; tú vas, buscas la mesa que te toca y luego eliges. Pero votar no es elegir como se elige un calzado o una ropa, no es como preferir un cantante de otro, no es como decir me gusta, no me gusta. Votar  significa pensar en tu casa, en el destino que quieres para tus hijos, en la ciudad que anhelas que vivan, en el país futuro. Votar significa sopesar el alma, apostar la vida tras un sueño. Y esto no se hace a la ligera, se hace con la misma pasión y la misma  inteligencia con que se elige una carrera, con que se visiona el futuro, con que proyectas tu vida. Porque la ciudad, el país es una extensión de tu piel, de tus cabellos, de tu hálito vital, de tu manera de ser y sentirte ciudadano. Porque detrás de esa acción casi autómata de ir, rayar y meter un papel en una ánfora estás tú, está una acción responsable, un compromiso con los tuyos, con el porvenir. Está tu poder. Es quizá uno de los pocos días en que se  desnuda la blanca pizarra de la democracia para demostrarte que tú eres importante, que tu acción, tu pensamiento, tus ideas cuentan, que no estás pintado en la pared. Por eso no la desaproveches arrojando tu voto al aire como se arrojan por la ventana las serpentinas. No la desaproveches escogiendo al azar o como se juega un saltimbanqui la vida. No la desaproveches siendo indiferente, ignorando su peso histórico. Mide, observa, analiza. No te quedes en las promesas, en los globos, algarabías o fiestas. Recuerda lo de Jesús: “Por sus frutos los conoceréis”.

Vota con conciencia. Vota con la pasión de Nietzsche, quien decía que era necesario una cabeza fría pero un corazón ardiente. Vota sabiendo que estás invirtiendo en tu futuro y que no mereces que te tomen el pelo porque eres una persona importante, un ciudadano(a) que tiene derecho a vivir y a expresarse, que lo más valioso que posees es tu dignidad y como tal tiene que ser respetada, no con promesas, no con palabras, sino con acciones. Porque votar hoy es importante, como es importante un hijo, el matrimonio, la casa, el trabajo. No la desaproveches, piensa, elige, vota.