Los ecuatorianos ingieren 30,7 kilocalorías al día, antes consumían 19,6, según estudio de la FAO.

El diagnóstico del cardiólogo llevaron a Elsa Soriano a buscar, por primera vez en sus 63 años,  la ayuda de un nutricionista.

Tenía el corazón graso y un tabique ensanchado que le provocaban ahogos y dificultad para respirar, desde hacía dos meses. Todo producto de la grasa acumulada en su músculo cardiaco a causa de una alimentación rica en frituras y carnes rojas.

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El problema es una consecuencia de las tendencias alimenticias de los ecuatorianos, que en los últimos 40 años aumentaron el consumo de grasas y disminuyeron el de carbohidratos, en especial las frutas y vegetales.

Así lo revela un estudio de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), elaborado entre 1964 y  1998. El informe señala que hace 34 años, los ecuatorianos ingerían 19,6 kilocalorías de grasa diaria, ahora llegan a 30,7.

La nutricionista Narcisa Zambrano explica que eso equivale a que cada persona consume 2,5 onzas de grasas malas al día, o lo que sería igual cinco cucharadas de mantequilla o margarina.

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El aumento es -prácticamente- del doble. Y no es lo único grave. Según el estudio, a ello se suma una disminución de la ingesta de carbohidratos, en especial de frutas y vegetales, de 70,5 a 60,7 kilocalorías por persona.

“Esto provoca una descompensación en el organismo, porque al consumir más grasas de tipo saturado se produce más oxidación y viene la formación de placas en las arterias. No hay antioxidantes que son los vegetales”, dice.

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Las cifras son poco halagadoras, más aún cuando hoy se celebra el Día Mundial de la Alimentación, con charlas dedicadas a la prevención debido a la influencia de los alimentos en el desarrollo de enfermedades degenerativas.

Es que, indica, el cardiólogo Roberto Lecaro, el aumento de grasas da pie a problemas crónicos, como obesidad, cáncer, diabetes, hipertensión y arterioesclerosis.

El problema de Elsa Soriano empezó a manifestarse por el aumento de peso: de 130 libras pasó a 142. Ella reconoce que todas sus comidas eran fritas y que no comía tantos vegetales como ahora que esta sometida a dieta: por eso, su esposo, Víctor Yagual, tuvo complicaciones similares.

Aunque no tenía afectado su corazón, las 40 libras que había aumentado empezaban a traerle dificultades. “Llegó a pesar 200 libras -dice su esposa-, pero ahora ha bajado 20”.

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Para Zambrano, la explicación del cambio alimentario es sencilla: Antes la familia tenía más tiempo para preparar sus comidas; hoy debido a la situación socioeconómica de los padres (a que ambos trabajan) surge el uso de comida rápida, no solo de la calle, sino la que es precocida, que es rica en grasas y sal.

La nutricionista Reina de Rubio respalda su versión. Indica que ahora hay una vida más agitada, menos actividad física y más estrés. “Eso ha hecho un caos en lo nutricional. El niño y el adulto adquirieron malos hábitos, no desayunan y a la hora del almuerzo optan por un arroz con huevo frito”, agrega.

Además, que se ha reemplazado el consumo de jugos naturales por el de bebidas gaseosas y alcohólicas, que contienen más calorías.

Rubio dice que en su consulta los problemas de sobrepeso llegan a diario. Atiende entre 35 y 40 pacientes; el 60% de ellos son adultos con mal nutrición; el 15%, adolescentes con trastornos graves como bulimia y anorexia y el 20% de niños con obesidad.

Zambrano dice que por este cambio de tendencias ahora la gente se engorda con facilidad. En 1964, con un consumo de una onza de grasa diaria se necesitaba 18 días para subir de peso; desde 1998, se llega a subir una libra por semana.

De ahí que recomienda ingerir el 55% de carbohidratos (granos como choclo, maíz, mote, chocho, fréjol, habas; legumbres), el 30% de grasas buenas (aceite de oliva, aguacate, maní, almendras) y un 7% de embutidos y carnes.