‘Tengo una lista de los que me han hecho daño’, dijo el Nº 10 de Ecuador.

Jaime Iván Kaviedes Llorenty, no es el niño malcriado, grosero, inmaduro y sin metas en la vida como a veces lo han calificado sus críticos. Es diferente. Sensible, autocrítico, con objetivos trazados y con razones “para comportarse como lo hace”, como él mismo expresa.

Se califica como un creyente de Dios, pero no de la religión. Humanista, altruista y filósofo, que le gusta todo tipo de lecturas y la música que, sobre todo, lleva algún mensaje de amor, perdón, alegría, lucha o protesta  de cualquier género.

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Sus preferencias por determinado tipo de libros o autores son variadas porque está convencido de que no hay libro malo y que de cada uno de ellos se puede aprender algo.

Habla con pausa, seguro de lo que va a decir y convencido de que su mensaje sea claro y entendible que no lleve a tergiversaciones, como muchas veces ha sucedido y que lo ha hecho “protegerse” de los periodistas y de la gente que le rodea.

Dice que tiene en una libreta (aunque parezca mentira) con una lista de diez personas, entre ellos comunicadores sociales, que a su modo de ver le han hecho daño. Es más, espera en algún momento poder hablar de todo lo que siente, lo que ha pasado y ha tenido que sufrir para llegar al sitio donde está.

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No perdona a la periodista de una revista de Ecuador que, cuando le fue a hacer una entrevista en su hogar, se le llevó una foto de él cuando era niño. Dice que destruyó su intimidad y eso es difícil perdonar.

Su vida privada la considera especial. Pero no dubita en decir que se casó luego de seis días de haber conocido a su actual esposa: Evelyn Meira, de nacionalidad brasileña, con quien hoy vive en Inglaterra y tiene un hijo, Enzo Emanuel (1). Espera hasta finales de este año traerlos al país para que conozcan a su familia que es otro tesoro que defiende con todo. Dice que prefiere que se metan con él, pero no con los suyos porque nada tienen que ver con todos sus actos.

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Reconoce como un error la falta que cometió al abandonar la selección, en septiembre pasado, antes del juego frente a Uruguay, en Montevideo. No se arrepiente. ¿La multa? No hubo problema. Más bien eso lo ha invitado a reflexionar y a madurar.

Su mente no retiene los nombres de las personas que en su momento tuvieron algún contacto o le ayudaron a salir adelante. Eso sí, cuando ve sus rostros puede repetir de memoria en qué circunstancias los conoció y los saluda con afecto, como sucedió en el vuelo que lo trajo hacia San Cristóbal con Carlos Torres Garcés, quien fue su técnico en el Emelec.

Para Jaime, quienes se mueven a su alrededor se exceden en su amor hacia él y le hacen daño sin querer, por eso también se protege contra ellos. Cuando llega a su país son pocos los que saben dónde está, prefiere el anonimato.

Uno de sus deseos es terminar una temporada con el equipo donde está (Crystal Palace), porque solo en 1998 finalizó el campeonato con Emelec. En el resto de participaciones tuvo que abandonar los clubes por transacciones o incumplimientos. Cuando salió de Barcelona hace dos años dice que no fue el momento de hacerlo, pero lo hizo y después ya no hubo marcha atrás.

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Estuvo retirado del fútbol año y medio y por pedido de una persona muy especial volvió. Se quedó viviendo en Estados Unidos durante el tiempo de la pausa y ahora espera retirarse, definitivamente, en unos dos años. Aunque tiene un futuro por delante ya no quiere estar vinculado con este ambiente. Ha rechazado excelentes ofertas de otros clubes, entre ellos de Portugal, pero que no lo hizo porque tuvo la sensación de que no era el momento oportuno para ir.

Muchos partidos políticos le han ofrecido dinero para utilizar su nombre, incluso ganó una encuesta que realizó una emisora de Santo Domingo de los Colorados (la ciudad donde nació), para conocer por quién votarían si se lanzara como candidato a alguna dignidad, pero no aceptó porque está convencido que a los hombres buenos la política los corrompe y los daña, aun en contra de su voluntad.

Sobre el gol que le hizo a Chile, manifiesta que eso es producto de su trabajo constante. Antes, solo jugaba adelante para empujar el balón al fondo de las redes pero con el tiempo aprendió a ser un acarreador del balón y le va de manera excelente.

La leyenda en su camiseta, dedicada a su tierra natal, surgió en el descanso del primer tiempo. Se había cambiado de indumentaria y allí se colocó la camiseta en blanco con esa inscripción. No se excedió en el festejo porque temía que el árbitro le sacara una tarjeta amarilla. Le causó sorpresa que en Santo Domingo de los Colorados, Pichincha, hayan realizado una caravana motorizada para celebrar su anotación y la dedicación que les hizo a ellos. Se la debía, dice.

Cuando le preguntamos si podíamos publicar todo lo que habíamos hablado dijo: Sinceramente no lo sé. Solo espero no incluirte en mi lista. Después se perdió por las escaleras del Hotel Dinastía, en San Cristóbal, donde –hasta anoche– se concentró Ecuador antes de medir a Venezuela por  las eliminatorias sudamericanas al Mundial  de Alemania 2006. Él, con sus palabras, siempre suele dejar la sensación de que es un hombre al que muchos le fallaron.