El vendedor de silabarios
En todas las épocas han existido personas preocupadas por difundir la cultura a su manera. Así pues, era muy conocida la labor de un ciudadano que recorría las calles de Guayaquil vendiendo hojas de cartulina impresas con el abecedario a colores, que al costado de cada letra ponían figuras cuyo nombre comenzaba con la letra respectiva.

La época propicia para su venta eran los meses de vacaciones de los escolares, es decir, febrero, marzo y abril, que precedían a mayo en que se iniciaban las clases de un nuevo ciclo escolar.

Este vendedor llevaba en la mano o atado al cinto unos cuanto látigos hechos con cuero disecado de res, que los ofrecía a los padres y jefes de familia como complemento para que castiguen a los chicos por no respetar a los mayores, no obedecer a la mamá y sobre todo, cuando no querían estudiar o se hacían la pava (faltar a clases) para escaparse con sus amigos a bañarse al Salado o coger ciruelas a los cerros Santa Ana y El Carmen.

Publicidad

Este personaje aconsejaba a los padres que lo mejor para castigar a sus hijos eran los látigos, pues no era conveniente azotarlos con los cinturones, porque se volvían ‘cuerudos’, es decir, que se acostumbraban a los correazos y repetían las faltas.

A estos látigos la gente los llamaban ‘García Moreno’, porque a su criterio ‘quitaban lo malo y ponían lo bueno’.

Recuerdos de Luis Vayas Amat, empresario y publicista guayaquileño.