No sabemos si fue la estrategia de su pensamiento o simplemente su ímpetu comercial lo que logró que la Reina le diera los dineros para emprender el viaje.
Prometió una recompensa especial a quien primero gritara “tierra a la vista”; la que sabemos reclamó a la Corona, pero que por alguna razón que desconocemos no se la dio al tripulante anunciador. Lo que sí sabemos es que a partir de que Colón pisó América nos dejó tres cadenas ideológicas traídas cuidadosamente en sus naves. La Iglesia, la política y la economía. Las tres carabelas que parecen no querer irse.

No fue cosa rara que los no católicos hayan sido los primeros esclavos. Pues, como nos cuenta Jean Comby en su obra la Historia de la Iglesia, así como los cristianos cautivos de los musulmanes eran también reducidos a esclavos; y a su vez los prisioneros musulmanes eran comerciados, era de esperarse que de esa “guerra santa” no se escapen los indios americanos. Fueron oprimidos y fatigados de manera tan cruel y horrible que no faltaron sacerdotes que aun representando la Corona en América se horrorizaron de la infamia. Sin darles de comer ni curarlos de sus enfermedades provocadas por los excesivos trabajos que les ordenaban, poco les importaba su muerte con tal de sacar el oro de las “nuevas Indias”.

El enfrentamiento fue brutal, una cultura, la católica –engendrada en su cuna absolutista europea–, y la otra, la india-americana. Choque que terminó en suicidios en grupo y desapariciones completas de comunidades. Era preciso para los colonizadores destruir las religiones y culturas tradicionales, pues eran vistas como manifestaciones diabólicas.

De ahí que adoptar la cultura europea era sinónimo de haberse “convertido”.
Había que cambiar desde la forma de vestirse y obviamente asumir la concepción estéril del sacrificio, tan ligado al cristianismo impuesto de aquella época, para asegurarse estar libre de la muerte y marginación. Presente en nuestra tierra quedó la doctrina católica (católica que significa universal). Así nos visitó. Con la muerte.
Con el abuso. Con la esclavitud.

La otra fue la política heredada que se apoyó únicamente en el deseo de mantener la jerarquización instalada en el periodo de la conquista. Fueron muchos los que vieron en la independencia una ocasión para fomentar su propio enriquecimiento sin demasiados miramientos para los desheredados. Los pocos indígenas que sobrevivieron fueron totalmente relegados, los pobres no recibieron tierras y su situación económica no cambió para nada. En consecuencia, la democracia poco podía sobrevivir entre tanto contraste.

Finalmente, la idea de una economía no nacional. No se consolidó nunca un sistema económico interno que fomente un mayor bienestar de la población, como el pago de buenos sueldos y una redistribución del ingreso para reducir las diferencias. América Latina apostó a no crecer desde adentro y solo seguir a ciegas el camino de ser complemento secundario de las economías más avanzadas.

Hay que releer la historia para entender lo que nos pasa. Tenemos que conocernos para reconocernos como pueblos, para liberarnos y esta vez para siempre.