El precio de la sal
(tradición islámica)

Nuxivan había reunido a sus amigos para comer, y estaba cocinando un suculento pedazo de carne. De repente, se dio cuenta de que se le había terminado la sal.

Nuxivan llamó a su hijo:

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–Ve a la aldea y compra sal. Pero paga un precio justo: ni más caro, ni más barato.

–Comprendo que no deba pagar de más. Pero, si pudiera regatear un poco, ¿por qué no ahorrar algo de dinero?

–En una ciudad grande, esto último es lo aconsejable. Pero en una ciudad pequeña como la nuestra, la aldea entera perecería. Quien vende la sal por debajo de su precio es porque necesita desesperadamente el dinero. Quien se aprovecha de esta situación, muestra una falta de respeto por el sudor y la lucha de un hombre que ha trabajado para producir algo.

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–Pero eso es muy poca cosa para destruir una aldea entera.

–También, al principio de la historia, la injusticia era pequeña. Pero el siguiente que vino, cometió una un poquito mayor, pensando que no tenía ninguna importancia, y mira a dónde hemos llegado.

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Las cosas de este mundo
(tradición judaica)

Rab Huna riñó a su hijo, Rabbah:

–¿Por qué no vas a la conferencia de Rav Chisda?

–¿Y por qué tendría que ir? –respondió el hijo–. Cada vez que me dejo caer por allí, Rav Chisda no habla más que de cosas de este mundo: las funciones del cuerpo, de los órganos, de la digestión, y de otras cosas relacionadas solo con lo físico.

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–Rav Chisda habla de las cosas creadas por Dios, ¿y tú dices que habla de las cosas de este mundo? ¡Ve a escucharlo!

La virtud que ofende
(tradición cristiana)

El abad Pastor paseaba con un monje de Sceta, cuando fueron invitados a comer. El dueño de la casa, honrado por la presencia de los padres, ordenó servir lo mejor que tenía.

Pero resultó que el monje estaba en periodo de ayuno; cuando llegó la comida, cogió un guisante y lo masticó lentamente. No comió nada más.

A la salida, el abad Pastor habló con él:

–Hermano, cuando visites a alguien, no dejes que tu santidad se convierta en una ofensa. La próxima vez que estés en ayuno, no aceptes invitaciones para comer.

El monje entendió lo que el abad Pastor le decía. A partir de entonces, siempre que estaba con otras personas, se comportaba como ellas.

Hacer una petición
(tradición budista)

Cierta mujer invocaba el nombre de Buda cientos de veces al día, sin entender jamás la esencia de sus enseñanzas. Después de diez años, lo único que consiguió fue aumentar su amargura y su desespero, pues pensaba que sus súplicas no eran oídas.

Un monje budista se dio cuenta de lo que sucedía, y una tarde fue a su casa:

–Señora Cheng, ¡abra la puerta!

La mujer se irritó, e hizo sonar una campana en señal de que estaba rezando y no quería que la molestaran. Pero el monje insistió varias veces:

–Señora Cheng, ¡tenemos que hablar!

Ella, furiosa, abrió la puerta con violencia:

–¿Qué clase de monje es usted, que no se da cuenta de que estoy rezando?

–Solo he llamado cuatro veces, y mire cómo se enfada la señora. Imagine cómo se sentirá Buda, después de que lo haya estado llamando ¡durante diez años!

“Si llamamos con la boca, pero no sentimos con el corazón, no ocurrirá nada. Cambie su modo de invocar a Buda; entienda lo que él dice, y él entenderá lo que dice usted”.