“Hay ciertos principios que ya en este momento no existen en el periodismo actual”, dijo Andrés Carrión con la actitud de quien pone los puntos sobre las íes: “independencia, por ejemplo, no hay. Nadie puede decir que es absolutamente independiente”. La declaración cayó como una bomba sobre la mesa de debates del programa ‘Este Lunes’, donde se desarrollaba un diálogo de periodistas sobre periodismo.

“Hay que tratar, Andrés, en la medida de lo posible”, trató de matizar Miguel Rivadeneira. “Lo estás llevando al extremo, Andrés”, reclamó Alfonso Espinosa de los Monteros. “¡Nos estás llevando a un tema cenagoso!”, advirtió Diego Oquendo. El anfitrión, Jorge Ortiz, invitó al panel a escuchar el argumento de Carrión antes de replicar: “a lo mejor tiene razón –dijo– y todos nos tenemos que flagelar”.

Los invitados guardaron silencio y Andrés Carrión pudo exponer el siguiente argumento: todo periodista tiene limitaciones, “limitaciones de prejuicios, limitaciones ideológicas, limitaciones de la palabra que tiene que buscar y no la encuentra, limitaciones de espacio, formales y de fondo. Eso hace que no sea absolutamente independiente. No hay periodismo independiente”.

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Terrible confusión de términos y conceptos. En efecto, las limitaciones ideológicas de un periodista podrán restarle objetividad, sus limitaciones en el manejo del idioma harán de sus textos un fárrago difícil de leer y las limitaciones físicas de espacio no le permitirán, quizás, exponer a fondo sus ideas; pero si el periodista no se deja guiar más que por su conciencia, si no responde a intereses de terceros, nada de eso le restará independencia. En ese caso, su trabajo podrá ser subjetivo, incompleto, mal escrito o lo que fuese, pero no será “dependiente”.

Pese a las objeciones iniciales, la afirmación de Carrión en el sentido de que la independencia es un principio que ya “no existe en el periodismo actual” quedó sin desmentir y puede pasar, para un espectador inadvertido, como una de las conclusiones del programa. Es una lástima. No solo porque la independencia es, sigue siendo, un principio irrenunciable del periodismo bien entendido (y así será mientras exista el oficio), sino porque tiene relación con el tema que, precisamente, motivó el debate de ‘Este Lunes’, un tema que hoy ha vuelto a saltar al tapete del debate público por una serie de razones: el tema de la libertad de expresión.

En una entrevista que fue muy comentada en días anteriores, el periodista argentino Jorge Lanata sorprendió a Jorge Ortiz con una pregunta lanzada a quemarropa: si yo le envío, le dijo, un carpeta con documentación sobre manejos financieros turbios de Fidel Egas (dueño de Teleamazonas y del Banco del Pichincha), ¿usted trataría el tema en el noticiero? Ortiz respondió que sí, pero añadió que tal cosa no es posible, pues Egas es un honesto hombre de negocios.
Me pregunto si este comentario respondió al ejercicio cabal y consciente de la libertad de expresión de Ortiz, o si obedeció, más bien, a algún tipo de “dependencia”. Por supuesto, la respuesta no la tengo yo, sino que se halla en la conciencia del periodista.

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De todos modos, llama la atención el hecho de que cinco de los más reputados periodistas del país, reunidos para discutir abiertamente sobre los problemas que atañen al ejercicio de su profesión, no dijeran una palabra sobre algo tan básico (y tan coyuntural) como el problema de los medios vinculados a grupos financieros.
Claro, se encontraban en uno de ellos. ¿Funcionó la autocensura? Si es así, ¿cuál es la libertad de expresión que estamos reivindicando?

En los últimos días hemos visto multiplicarse los ejemplos de lo mismo. Algunos, tristemente patéticos. Este martes vimos a Rafael Cuesta, de TC, salir en defensa de los sagrados principios de la “libertad de expresión” y hacer un fervoroso alegato contra “la actitud permanente de determinados grupos de presión que hay en el país”. Se refería a Diners Club, cuyo vicepresidente ejecutivo había pedido la intervención de la justicia para detener lo que denomina “campaña difamatoria” de TC en su contra.

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Recuerdo una serie de reportajes difundidos por ese canal entre los días 8 y 10 de septiembre, en los que se hablaba de un “monopolio” de Diners en la Universidad San Francisco de Quito (USFQ) y se denunciaba que, para ingresar al campus, todo estudiante debía portar esa tarjeta. Según pude comprobar personalmente en el terreno, eso es mentira. Y Rafael Cuesta nos pide que defendamos su derecho a difundirla en virtud de los sagrados principios de la libertad de expresión.  Respondo que no hay libertad de expresión verdadera en ningún medio que difunde noticias falsas al calor de una campaña de desprestigio, porque un medio que obra así está actuando bajo consignas y las consignas disminuyen la libertad. Más claro: no sé qué está defendiendo Cuesta, pero de seguro no es la libertad de expresión, porque no la tiene.

Este debate se puede obviar, claro, si se opta por la tesis de Andrés Carrión: no hay periodismo independiente, luego la independencia desaparece del mapa de principios. Creo que el problema empieza en el hecho de que los periodistas tendemos muy fácilmente a olvidar que la libertad de expresión, en lo que tiene con ver con nuestro oficio, se circunscribe a un principio más alto: el derecho a la información. Y ese, no es del periodista, es del público.

raguilarandrade@yahoo.com