En el corazón de la barriada Lapa, conocida por prostitutas travestis y ladronzuelos, la Iglesia Comunitaria Metropolitana es un oasis por su congregación poco ortodoxa.

En los bancos del templo, parejas del mismo sexo se sientan tomadas de los brazos, entonan himnos y escuchan al reverendo Marcos Gladstone, de 28 años, impartir un inusual sermón: “Ser gay no es pecado”.

Pero, aunque el mensaje de Gladstone no sea un shock para iglesias más liberales –la diócesis de New Hampshire de la Iglesia Episcopal, en EE.UU., recién designó a un obispo gay– aún representa un concepto radical en Brasil.

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Cuando la iglesia de Gladstone recibió en mayo la autorización para realizar bautizos y bodas religiosas, ayudó a acercar a los homosexuales hacia la religiosidad y suavizó la imagen de las iglesias protestantes en Brasil.

Aunque las leyes de Brasil no reconocen los matrimonios gay, al menos uno de los 27 estados del país acepta   uniones civiles entre parejas del mismo sexo. Y el asunto levantó mucho menos controversia que en EE.UU.

El 95% de los seguidores de la iglesia de Gladstone lo componen homosexuales y el otro 5%, familiares y amigos de gay.